Como en toda evolución, la sociedad se ha dotado de un sistema educativo basado en los principios del capitalismo salvaje, dejando a un lado bastante remoto los valores y la ética que tan vitales resultan para cualquier colectivo humano que aspire a ser baluarte en derechos civiles y sociales. Una clara descomposición que se nutre de dos ingredientes fundamentales: la frustración y el estrés. Llevo mucho tiempo preguntando a personas cuál es la situación psicológica deseada y todas coinciden en lo mismo: tranquilidad. Poder estar en paz con uno mismo y con los que te rodean. La verdad es que no resulta fácil.

Son tiempos de imposición, da igual donde estés, en qué esfera te muevas, ya sea laboral, social, económica y por supuesto política, lo nuclear en todas ellas es el mecanismo impositivo de la voluntad ajena. En las relaciones humanas, parece que hayamos retrocedido mil años: no hay espacio para la reflexión, el debate, el diálogo, para la renuncia, o incluso para el error. Si os dais cuenta, nadie se equivoca. Y claro, ante este tsunami impositivo las personas vivimos en una clara y manifiesta confusión mental entre lo que es la realidad y la idea de la realidad que nos intentan imponer. Imagínense hasta qué nivel de esa “confusión mental” llega el terrorista que decide matar a todo el que pueda porque entiende en su estructura mental que eso es lo mejor para él y los suyos. Resulta evidente que su idea de la realidad esta completamente alejada de la realidad: la vida no se expresa de ese modo ni con esos son parámetros.

Desde que éramos bien chiquitos, nos enseñaron que para triunfar en la vida deberíamos acumular cuanto más patrimonio mejor, tener el mejor marido o mujer a modo de príncipe o princesa de la Walt Disney, a ser “la bomba” en el trabajo, llevar una vida cojonuda con poco esfuerzo y claro ante tamaña aberración estructural la “ostia” social ha sido monumental. Ahora tenemos una sociedad que a nivel personal es líder en consumo de antidepresivos, dependientes de drogas tóxicas como el cannabis y la cocaína, los centros de salud mental se encuentran colapsados, la bajas por depresión están disparadas al igual que las tasas de suicidios, la comida basura que ingerimos está a la orden del día y así un largo etcétera de indicadores que nos muestran hasta qué punto estamos enfermos.

A nivel social observen ustedes mismos, que el juego del monopoly se ha impuesto en su esencia: unos pocos dominan a todos, y así los desequilibrios sociales andan a sus anchas; jamás hubo tantos vagabundos en Barcelona, los dramas personales que genera el desempleo, la precaridad de las pensiones indignas que perciben millones de padres y abuelos, jamás hubo tantos desahucios, la delincuencia a la orden del día en especial los robos violentos, etc. De hecho la violencia está presente en nuestra vida en muchos momentos, ya sea través de una noticia o un telediario, da igual, solo hay violencia como instrumento para el engaño y la manipulación de unos pocos: la idea de generar miedo, esteriliza los márgenes de maniobra de una persona: a mayor dosis de miedo, mayor capacidad de ser manipulado, te distrae la atención y te hace inhábil para plantearte opciones y por ende, te mantiene alejado de la realidad.

A todo esto se le añade un importante elemento nacido en esta nuestra era llamada de revolución tecnológica y es ni más ni menos que la necesidad de funcionar a máxima velocidad, velocidad “on line”. Como todo tiene que ser bajo el principio del “ya” el único mecanismo de supervivencia y el más rápido parece ser la imposición. La noticia de ayer ya no es noticia, importa la de ahora. Por lo tanto debo imponerme. Por ello, es palpable la tendencia generalizada que la gente quiera imponer su criterio: no hay conciencia libre donde depositar espacios de reflexión. No hay tiempo para educar a nuestros hijos bajo el parámetro del acompañamiento de sus emociones, creando un clima de igual a igual donde el menor tenga espacio para desarrollarse. Es más rápido el ordeno y mando. Cada vez existen menos los momentos de debate en cafés o plazas, tertulias políticas improvisadas en cualquier esquina. No hay tiempo para eso.

Pero no se acaba aquí; al final lo que seguro se impondrá es la realidad, más allá de lo que digamos o pudiéramos pensar, la realidad siempre se impone con el único aliado de la verdad y la justicia universal. Recogeremos lo que sembremos. De esta manera, el mejor antídoto para tanta locura es solo uno: darte cuenta de tu realidad y ponerle remedio a tu confusión, ni más ni menos que al nivel que puedas. Ser el mejor ejemplo para los demás, dar tu mejor versión y sobre todo cargarte de buenos y positivos pensamientos (éstos te ayudarán a encontrar calma y sosiego). Rodéate de personas que sumen, que te aporten emociones de alta calidad y toma conciencia, quiérete a ti mismo diferenciando lo que te gusta de lo que te conviene, cuida tu entorno, date amor y no renuncies a tus sueños. Estar alineado con la vida te hará ser consciente de tu realidad, en consecuencia te hará menos manipulable y al final la imposición dejará de tener su razón de ser para dar paso necesariamente a la negociación y al convencimiento.