Hace unos años se puso de moda la frase “solo buenas noticias” como información adicional que los usuarios de Whatsapp colocaban en su perfil a modo de saludo. Era un guiño de buen rollo; nada que ver con ese refunfuño de quienes adornan con un “solo para mensajes” su número de móvil.

Los que ahora siguen a rajatabla la consigna de las buenas noticias –las que les benefician-- son algunos políticos, sobre todo esos que no dudan en utilizar las redes sociales para referirse a crisis de países que no sabrían situar en el mapa, incluso confundirse de conflicto, pero que huyen como gato escaldado de cualquier asunto cercano e importante que suponga el mínimo riesgo para su prestigio por trascendente que aquél sea y por menguado que éste haya quedado.

Incluso en la época del confinamiento hubo casos de botellones y concentraciones ilegales, aunque en menor proporción a la producida tras el final del toque de queda y muy por debajo de los casos que se están dando estos días.

Algunos sociólogos explican que esas manifestaciones incívicas son como una escapatoria al aislamiento que la reclusión pudo provocar en los jóvenes. También es cierto que la mortalidad del virus ha disminuido por el efecto de la vacuna y de la propia inmunidad generada por los infectados, asintomáticos e ingresados, aunque quizá sería exagerado dar demasiada importancia a esos factores si lo que buscamos son las razones que explican el descontrol nocturno.

Las cifras de fallecidos en las carreteras españolas han superado a las previas a marzo del 2019 y, sin embargo, la gente sigue sin respetar los límites de velocidad ni las normas sobre adelantamientos y distancia de seguridad. Estos días lo podemos comprobar en todo tipo de carreteras; nos acostumbramos a todo.

El hecho cierto es que cada noche, especialmente en los fines de semana o cuando coincide con alguna fiesta local, la policía denuncia y dispersa a enormes grupos de gente que, al margen de que haya o no toque de queda, consume alcohol en la calle, prescinde de la mascarilla aunque las circunstancias lo exijan; y, además, molesta a los vecinos.

Los Mossos d’Esquadra y la policía local son los únicos que tratan de poner orden; están solos.

¿Han oído a la alcaldesa de Barcelona de forma directa o a través de sus redes sociales mostrar la mínima firmeza para reclamar el respeto a la ley a los ciudadanos, sean de aquí o de fuera? ¿Y a Eloi Badia, el concejal del distrito de Gràcia, donde se han originado la mayor parte de los altercados estos días? ¿Les han oído al menos criticar el vandalismo?

Solo buenas noticias. Ah, y también una pizca de Afganistán, que pese a ser una tragedia hace progre.

Joan Ignasi Elena, el titular de la Consejería de Interior al que asesora la CUP, si tuvo el detalle de ocuparse del asunto el 23 de junio, víspera de la verbena, para llamar a los jóvenes a una fiesta tranquila. Seis días después anunciaba que el confinamiento nocturno se había cumplido “razonablemente bien”. Como saben, en aquellas fechas empezaron a notarse en España y en Cataluña los primeros efectos de la quinta ola, que despegó en torno al día de Sant Joan y que ha sido más agresiva con los jóvenes. Desde entonces, el conseller ha optado por el silencio. Solo buenas noticias.