Napoleón Bonaparte dijo una vez que iba muy sobrado lo que sigue: «La República francesa no pide ser reconocida; está en Europa como el sol en el horizonte». Modestia aparte, tendríamos que añadir. Poco después, el Corso creyó que ya estaba bien de repúblicas y proclamó el Imperio, con un par. Luego, el sol naciente del Imperio siguió deslumbrando a los europeos hasta que el general Cambronne gritó su célebre «Merde!» en el anochecer que puso fin a la batalla de Waterloo. Pese a la paliza recibida, a los franceses les quedó la «grandeur» intacta y así hasta hoy. Oficialmente al menos, uno tiene que ponerse las gafas de sol para mirar hacia donde cae Francia, no vaya a deslumbrarse.

Quizá por ello el símbolo patriótico por excelencia de los franceses no es el aguilucho imperial, sino la gallina gala; más concretamente, el macho de la especie, el gallo francés. Dicen que en latín «gallus» significa tanto «gallo» como «francés» (en verdad, «galo»), y aquí tienen la solución del jeroglífico. Sale un gallo y uno exclama: «Gallus est!». Les traduzco, por si no lo han pillado: «¡Coño! ¡Un francés!».

No les extrañe que alguno les salga diciendo que el gallo canta su quiquiriquí cuando asoma el sol que ilumina Europa y, ya puestos, el mundo, y volvemos a la frase antes dicha, pues ese sol no puede ser otro que Francia, vaya por Dios. Luego están los que, con muy mala idea, aseguran que el gallo es un símbolo que les va de perlas a los gabachos, porque hay que ver con qué humos se pasea el pájaro por el corral. Uno piensa en un fanfarrón y le sale un gallito, ¿no?

En este punto de la reflexión permítanme señalar que la fanfarronería no es exclusiva de los franceses, ni mucho menos. Quién más, quién menos, todos hemos padecido ataques de autosatisfacción mirándonos el ombligo. Cambien los colores de la bandera, la lengua en que se vitorea y la mascota nacional y comprobarán que no hace falta que vengan los franceses a darnos lecciones de «grandeur».

Ellos tienen la gallina gala y nosotros, el gallo del Prat de Llobregat, que, además, tiene las patas azules, ¡toma ya! Y si usted insiste, sacamos a desfilar al «timbaler» del Bruc y verán cómo corren los franceses. ¡Ríete de la campaña de Rusia! Llegados a este punto del debate, cualquiera recuerda que en la batalla del Bruc se luchó contra un contingente de tropas napolitanas y suizas, pero ya da igual, porque ya estamos en la fase de que Colón, Cervantes y la madre Teresa de Calcuta eran catalanes y el nuestro fue el primer parlamento del mundo mundial y vaya usted a decirles que no, que no fue así, a los que creen tales cosas, porque será acusado de traidor colaboracionista, lo menos.

Sí, cuando uno se pone a decir tonterías sobre el sol que amanece y el faro del mundo y va por ahí sacando pecho y enarbolando banderas, mejor lo dejamos para otro día y nos vamos a tomar un vermú, que nos lo pasaremos mejor.

Pero, claro, no contaba yo con el fútbol. Resulta que Francia va y gana el Mundial. Ahí es nada. Y los periódicos nos regalan con la imagen del presidente de la república, en una fotografía de Alexei Nikolsky, como un «hooligan» cualquiera. El mismo que abroncó a un chaval delante de las cámaras por llamarle tronco en vez de señor presidente salta de su asiento con un ¡toma! ¡Chúpate ésa! ¡Que te den! ¡Gol! Brillante. ¿Qué habría dicho monsieur de Talleyrand ante un gesto como éste? ¡Qué grosería! ¿Qué queda de esa elegancia marca de la casa? ¡Ay, en qué mundo vivimos! ¡Ya nada es lo que era!

Campeones del Mundo, los de la «grandeur» y el gallito, el sol en el horizonte, etcétera. Ay, Señor. Vayan comprándose gafas de sol, porque van a ponerse insoportables. Y no será por el glorioso sol de Austerlitz, rojo sangre de batalla, sino por darle de patadas a un balón. Es lo malo del fútbol, que es la geopolítica en calzoncillos y sobre una hectárea de césped y la gente se lo toma en serio.

Suerte, me dicen, que este año han abierto un bar en los estadios, donde poder beber y olvidar... ¡Calla! Es un VAR, con uve. ¿No les digo? Estamos presenciando en vivo y en directo la decadencia de Occidente.