Barcelona necesita urgentemente unos pequeños cambios en el Código Penal para impedir que, como se dice vulgarmente, los chorizos entren por una puerta del juzgado y salgan por otra a los diez minutos (o por la misma, da igual). La gente se pregunta para qué sirven los esfuerzos de la policía por retirar de la circulación a gente que acumula detenciones a granel si el juez los deja inmediatamente en libertad. Uno siempre había pensado que la reincidencia era un agravante, pero parece que no lo es.

Hace unos días, un diario barcelonés publicó el top ten de mangantes extra reincidentes, gente que ha sido detenida veinte veces en dos semanas y que sigue a lo suyo por las calles (y el metro) de nuestra ciudad. De ellos, nueve eran extranjeros y figuraban en lugar destacado dos ex menas que al llegar a los dieciocho años y comprobar que la Gene se desinteresaba de ellos, se dedicaron a buscarse la vida a su manera. Curiosamente, aún no ha salido nadie a acusar al periódico en cuestión de racismo, y mira que los medios se cuidan mucho de revelar el origen étnico de los delincuentes: está prácticamente prohibido decir que tal o cual chorizo es magrebí o gitano. Como si así se le hiciese algún favor al pueblo magrebí y al gitano, lo que no es el caso, ya que lo único que se hace es hurtar información. La noticia sería que el detenido fuese un chaval de Sarrià con padres adinerados, pero que se trate de un ex mena abandonado a su suerte es lo más normal del mundo. Se ve que queda mal decirlo, no sea que te acusen de racista: aquí solo se puede ser abiertamente supremacista con los españoles.

Parece lógico pensar que un tío, sea de donde sea, merece pasar una temporada a la sombra tras haber sido detenido cuarenta veces en un año. Y si se trata de un extranjero, la expulsión a su país de origen parece una medida bastante lógica. Y eso no es crueldad social ni racismo, sino pura defensa propia. En cuanto a los menores que delinquen, digo yo que los reformatorios se inventaron para ellos, ¿no

Cuando una sociedad no entiende su Código Penal, el problema es del Código Penal, pero las consecuencias las paga esa sociedad. Y ese problema no es de derechas ni de izquierdas, sino de orden público. En Barcelona siempre ha imperado un buenismo tontorrón -¿recuerdan cuando alguien tuvo la brillante idea de otorgar a los Latin Kings, agrupación de gánsteres adolescentes, la condición de asociación cultural?-, especialmente agravado durante los cuatro primeros años de Ada Colau en el Ayuntamiento, que nos empiezan a pasar factura (la alcaldesa, para no formar parte de la represión, el racismo y demás crímenes contra la humanidad, les ha endilgado el muerto a los socialistas) y cuya solución pasa por una revisión urgente del Código Penal. Está muy bien lo de intentar integrar en la sociedad a los que se resisten a hacerlo, pero puede que tan necesarios mensajes sean mejor entendidos desde el trullo, donde no hay que preocuparse por ganarse la vida, ya que te alimentan tres veces al día, el alojamiento te sale gratis y hasta puedes aprender un oficio.