Dicen que es un personaje gris, huidizo y silencioso, que se mueve bien entre bambalinas y con una espectacular capacidad camaleónica. Hombre afín a Toni Vives, exconcejal de CiU que aceptó dos años de prisión por corrupción, Manuel Valdés tiene muy buena sintonía con los comunes y, como gerente de movilidad, tendrá que reportar ahora a Laia Bonet y Janet Sanz.

Valdés, con un sueldo próximo a los 100.000 euros anuales, sabe que la concejalía de movilidad se las trae en Barcelona. En los últimos meses ha tratado con Rosa Alarcón y seguro que podría explicar mil batallitas de sus trifulcas con Sanz, una persona con mucho carácter y pocas dosis diplomáticas.

En Barcelona, la gestión de las licencias para motos y patinetes compartidos ha sido, como mínimo, polémica. Y muchos apuntan a Valdés, conocido en el consistorio como el siempreflota, porque sobrevive a todos los gobiernos y crisis de Barcelona de los últimos años. De él también dicen que sabe esconderse en los momentos delicados y que le gusta colgarse muchas medallitas.

Valdés suma y sigue, mientras Barcelona se atasca con sus dogmáticas políticas de movilidad, más preocupadas por sancionar que por buscar soluciones coherentes y sostenibles. Los barceloneses, como refleja las encuesta realizada por Metrópoli, rechazan mayoritariamente el nuevo urbanismo táctico de los comunes: ni gustan los bloques de hormigón, ni convencen las nuevas superillas que proyecta en el Eixample y molestan sus políticas de acoso y derribo a los coches. Tal vez porque muchas cosas han cambiado en los últimos años. Valdés, sin embargo, parece intocable.