Era bonito verlos, el viernes 16, engalanados como casi nunca, como en otros tiempos se endomingaban los barceloneses para olvidar sus miserias en el rito semanal del paseo por el barrio.

Con su discutible sentido de la estética, en un visible contraste entre jóvenes y viejos (los peinados inverosímiles, la ropa moderna y los maquillajes inimaginables, en oposición a la tradición del cabello recogido en un tocado, el hanfu y el qipao), iban arriba y abajo, visiblemente excitados.

Los chinos, que alcanzan su cifra récord de residentes en Barcelona —casi 20.000 empadronados—, salieron a celebrar la Nochevieja y el comienzo del Año del Perro, en coincidencia con el año nuevo lunar.

Atrás queda el Año del Gallo, en un cambio que apunta al elemento tierra, del que se espera buen arraigo para la salud y las relaciones afectivas. El perro simboliza para los chinos lealtad y compromiso. Los niños que nazcan durante el Año del Perro serán honrados y humildes. El Año del Perro es propicio para fomentar los vínculos con los otros, para crear alianzas, relaciones amorosas y amistades.

Viene bien la celebración de los vecinos chinos, que durante el fin de semana cumplieron con la tradición —entre muchas otras— de apelar al rojo como el color que aleja el mal fario y atrae la buena fortuna, mientras abrían las ventanas de sus pisos para permitir que salieran para no volver lo luctuoso, lo deprimente, lo triste, la privación y otros compañeros indeseables. Viene bien para tomar nota de ciertos valores que transmiten su milenaria cultura y su laboriosidad, y preguntarnos por qué no somos capaces de volver sobre nuestros propios pasos y recuperar algo de la sociedad que fuimos: una de convivencia asociativa, de mutua colaboración, solidaria y austera.

Hay que ser más perro en estos días feroces y negrísimos de intervenciones, censuras y cientocincuentaycincos. Hay que tener los pies bien plantados en la tierra, ser más yang (poderosos, activos, luminosos) y dejar de mirar al vecino como un potencial enemigo, como una amenaza, aunque de su balcón cuelgue un trapo que lo identifique como eso que él cree que significa un trapo colgado del balcón.