¿Y yo qué les cuento?, he estado preguntándome toda la semana. Sentado frente al teclado del ordenador, escribía, leía, borraba y volvía a escribir, una y otra vez. No sufro el síndrome del papel en blanco, como muchos otros escritores, pero sí el maniático romper y tirar. Éste no, éste tampoco, ni éste… He buscado inspiración en todas partes, hasta que, desesperado, he echado mano de un libro, que no sé si saben qué es. Otro día les cuento.

La cuestión es que Freud escribió sobre el malestar de la cultura y acabó hablando del primer placer sexual de los bebés, que es aguantarse la caca hasta que, recién cambiados los pañales, se dejan ir con mucho gusto. Visto el percal, pensé en escribir sobre lo mismo. Porque, verán, la Generalitat destina sólo el 0,63 % de su presupuesto a cultura y entiéndase aquí por "cultura" la promoción subvencionada del "ball dels pastorets" de Montpernil de la Cuixa, por poner un ejemplo. Eso genera un cierto malestar, ¿verdad? El malestar de la cultura. Podría escribir sobre eso… pero el único parecido de la política cultural de por aquí con la teoría del malestar de la cultura de Freud era que al final todo es una mierda, y ¿saben qué? ¡Se me han pasado las ganas! Qué aburrimiento.

Sin embargo, he leído que la transmisión del coronavirus chino, el Covid-19, podría ser de transmisión oral-fecal. Es decir, por comer cosas que hayan estado en contacto con las heces de un enfermo. Asqueroso, ¿verdad? Pero esas cosas pasan. De hecho, pasan con mucha mayor frecuencia de lo que ustedes creen. Uno manipula alimentos y de repente… ¡Ay! ¡Un urgente reclamo de la naturaleza! Deja lo que tiene entre manos y corre a aliviarse. Y al acabar ¿qué hace? ¡No se lava las manos! O no como debiera. Y vuelve a la cocina, a la barra del bar, a servir las mesas, a comerse el bocadillo, etcétera. Aquí lo tienen, el problema.

Desgraciadamente, el Día Mundial del Lavado de Manos se celebra en octubre, lo que podría haber sido un obstáculo insalvable para escribir todo esto, si no fuera por esa probable hipótesis acerca del mecanismo oral-fecal de transmisión del Covid-19, una magnífica excusa.

Muchos me han preguntado por qué el World Mobile Congress fue suspendido tan de repente. Para mí que allá en lo alto sabían de la relación entre la caca y el coronavirus, y eso disparó todas las alarmas. Porque no sé si sabrán que recientes estudios han puesto en evidencia que uno de cada seis teléfonos móviles está contaminado por bacterias fecales. No es broma. Estudios de la British Toilet Association lo confirman, y están avalados por una encuesta sobre los hábitos higiénicos en la Unión Europea.

En esta estadística, los europeos más cochinos son (o eran) los británicos y los franceses; sólo uno de cada tres se lava las manos después de hacer de vientre. Los alemanes eran los que más veces se limpiaban las manos después de irse de las patas para abajo, pero los «limpios» no pasaban de la mitad. Los españoles salimos bien parados en estas encuestas, porque somos los europeos que más veces nos cambiamos los calzoncillos a lo largo de la semana, pero lo de limpiarnos las manos…

En resumen, tenemos no un problema, sino un problemón encima de la mesa. Porque, además de higiénico, el problema es social. El 88 % de la población afirma que se lava las manos con la frecuencia necesaria, pero el 75 % afirma que los demás son unos guarros que no se lavan las manos. Para complicarlo todo un poco más, el 80 % del público cree que es muy molesto que su vecino no se haya limpiado las manos. Entonces… ¡Ríanse de la tensión en la Meridiana! A la que crezca la alarma social sobre el lavado de manos vamos a tener una tangana detrás de otra y no habrá policía para tanta trifulca.

Por lo tanto, algo habrá que hacer. Recordemos que la inspección sanitaria es una competencia municipal que, si el ayuntamiento en cuestión no tiene capacidad de ejercer, pasa a manos del Departament de Salut de la Generalitat. ¿Y qué hacen las autoridades al respecto?

¡Qué van a hacer! ¡Se lavan las manos!