A lo largo de esta semana, los servicios de urgencias de varios hospitales de Barcelona se han colapsado. Supongo que se acordarán que, antes de la epidemia, cada año, cuando llegaba la gripe, los hospitales sufrían lo indecible durante un par de semanas y veíamos, o vivíamos, escenas lamentables en los pasillos de un hospital, donde se amontonaban los pacientes como piezas de ganado en un estabulario. Porque, ay, antes de la epidemia nuestro sistema sanitario ya estaba al borde del colapso, ¿recuerdan?

Era una de las noticias de invierno, como hay noticias de verano. Un audaz reportero de la televisión con bufanda nos decía, desde un paraje ventoso y nevado, que había llegado el frío. Un economista hablaba de la cuesta de enero y un finlandés se bañaba en un lago helado, siguiendo una de esas tradiciones tan típicas de Finlandia provocadas por la ingesta de demasiado vodka. De refilón, leíamos que los servicios de urgencias de los hospitales no daban más de sí por culpa de la gripe, pero no se insistía demasiado en ello.

Fue el señor Trias, que todavía deshoja la margarita para ver si se presenta o no se presenta a la alcaldía de Barcelona, quien diseñó nuestro sistema sanitario público. Gracias a él y a su meritoria y encomiable labor, el sistema sanitario catalán es un lío ingobernable lleno de consorcios donde conviven hospitales públicos, concertados, de propiedad compartida, municipales, semipúblicos y semiprivados, concesiones hospitalarias y un montón de cargos en un organigrama que, dicho suavemente, es confuso e inoperante.

En su día, echando mano de eufemismos, no fueran a molestarse los suyos, la Comisión Vilardell calificó el modelo como un "conflicto de intereses" y aseguró que la "racionalización" de la gestión sanitaria catalana supondría "un ahorro considerable". En esta maraña administrativa navegan a placer especuladores y espabilados comisionistas y no hace falta que les señale que gran parte del tresporcentismo catalán se alimenta de esta vaca lechera, tan bien cuidada durante el pujolismo, el postpujolismo, el procesismo y lo que sea que tengamos ahora.

No es de extrañar que los catalanes hayamos batido una marca histórica: un 40% de nosotros ya tiene algún tipo de mútua o seguro médico privado, porque se siente desamparado cuando acude a la sanidad pública. Pero paga la mútua quien puede permitírselo, naturalmente. Casi cinco millones de catalanes no podemos pagarla si queremos llegar a final de mes; de esos cinco millones, dos vivimos en riesgo de pobreza y alrededor de 700.000, en situación de pobreza extrema. Pero qué más da. Hace ya tiempo que un público acomodado al que ya le está bien así, porque se considera, erróneamente, por encima de esas cosas, sostiene a una élite política gobernante que no cree, ni nunca ha creído, en los servicios públicos.

Prueba de ello, lo dije en mi última columna, es que hemos disminuido la inversión, o díganle gasto, si prefieren, en sanidad pública en los últimos años. Hoy gastamos menos en nuestro sistema sanitario que antes de la pandemia, menos, y lo podemos decir con las cifras en la mano. Pero es que llevamos años y años así, lustros, en la cola del presupuesto sanitario per cápita en España y sin recuperarnos todavía de unos recortes salvajes e indiscriminados que destrozaron la sanidad pública. Gracias, señores Mas y Ruiz.

Sólo nos faltaba una "tormenta perfecta": un otoño que llega de repente y una combinación de covid, gripe y bronquiolitis. Algunos antibióticos infantiles casi se han agotado y los responsables prometen que se normalizará la situación, aunque circulan directrices entre los equipos médicos que proponen tratamientos alternativos. No son los únicos medicamentos que estos días se han visto afectados por problemas de escasez. Otro día hablaremos de las listas de espera, otra de las vergüenzas de nuestra querida Comunidad Autónoma.

Pues ya ven el resultado: las urgencias de los centros de asistencia primaria, bajo mínimos desde hace meses, superadas; en el Hospital del Mar, enfermos tirados por los pasillos esperando un médico; en Sant Joan de Déu suspendiendo intervenciones quirúrgicas para liberar unidades de cuidados intensivos; en el Clínic, en Sant Pau, en el Vall d’Hebron… Se hace lo que se puede con lo que hay. Es lo de siempre, pero cada año peor, porque el problema, lejos de solucionarse, se pudre.

A ver si alguien hace algo en vez de marear la perdiz, rediós. Que ya sería hora.