El cuento clásico de La Cenicienta enseña que los sueños pueden hacerse realidad. Si bien la historia tiene un toque mágico y en la vida real no es así, anima a las personas a ser optimistas y persistentes a pesar de las situaciones contrarias.

Ocho meses después de mi investidura como alcaldesa tengo que decir que, a pesar de las innumerables adversidades que día a día se me han puesto por delante, la persistencia y el afán constante de hacer lo mejor por mi ciudad no han hecho desistir mi empeño sino, en todo caso, reforzarlo. Han sido unos meses muy intensos que me han trasladado a reflexionar mucho sobre el momento que vivimos como ciudad.

Igual que el cuento, la ciudad de Sant Adrià se describe y en muchas ocasiones se autodefine como una ciudad con valores relacionados con la diversidad de clases, en este caso equiparable a la diferenciación que se traslada constantemente entre barrios, la astucia de determinados colectivos, pero con la humildad, la bondad y la paciencia de una ciudadanía preferentemente de clase trabajadora. 

Nuestra historia como ciudad es una historia de trabajo constante, de una lucha incansable de reivindicarnos como ciudad con identidad propia pero que le cuesta hacerlo porque se ve influenciada por las dinámicas propias que nos envuelven las grandes ciudades del Barcelonès y además en constante comparativa. Es difícil asumir que formas parte de una gran familia como podría ser la equiparable al AMB (Área Metropolitana de Barcelona) pero con tantas diferencias aún existentes.

La historia de Sant Adrià es una historia de paisaje industrial con dos caras. Una la que ha posibilitado crecer como municipio por las oportunidades económicas que este pasado nos ha dejado, pero otra más negativa y maligna la que nos ha generado rencor y sentimiento de abandono como son los elementos industriales que a pesar de contribuir al despliegue económico y tecnológico de la ciudad ha llevado a la ciudadanía a un rechazo brutal por la connotación medioambiental que potencialmente supone.

Sant Adrià es el resultado de un paquete de elementos que en su momento supusieron un revulsivo económico para la ciudad pero que la ciudadanía lo vive con connotaciones ciertamente negativas. La herencia de Barcelona con el barranquismo que expulsó de su ciudad y colocó en el barrio de la Mina sin más, no ha hecho otra cosa que sumar a estas connotaciones. Un barrio donde la vulnerabilidad instaurada, la influencia de las derivadas de la droga, y el sentimiento de abandono por parte de la vecindad que continuamente nos trasladan no son aliento para albergar esperanza y que además lastran a toda la ciudad en su conjunto.

Es realmente desesperante escuchar constantemente la expresión: “Esto no tiene arreglo”. Me niego a pensar que esta sea la afirmación que tenemos que interiorizar. Igual que nuestro personaje protagonista, Sant Adrià tiene que tener esperanza, tiene y debe mantener la ilusión, el optimismo y la paciencia necesaria para revertir la actual situación. El resurgir de esperanza para cambiar la dinámica de la ciudad tiene que venir. Yo la veo porque creo en el potencial de la ciudad, creo en sus entidades, en las dinámicas diversas de los barrios que le dan carácter a la ciudad, en su ciudadanía más comprometida y especialmente lo veo con todo lo que tiene que ver con el despliegue económico que tiene que llegar al ámbito de las Tres Xemeneies.

Las Tres Xemeneies es el último reducto del litoral catalán por desarrollar con un símbolo tan icónico y emblemático de nuestra historia y que se ha convertido en un atractivo importante para el impulso económico que necesitamos. Quiero pensar que estamos destinados como ciudad a mejorar, a brillar con luz propia porque hemos encontrado la horma de nuestro zapato y por tanto la felicidad de nuestra ciudadanía. Hemos tenido momentos en nuestra historia más reciente que así lo avalan. La ciudad ha conseguido una transformación importante, una recuperación en su conjunto que tiene que marcar el punto de partida del avance que necesitamos para emprender hacia adelante. Pero esto en ningún momento ha de ser a costa de que los demás sigan decidiendo sobre nosotros tal y como ha pasado en algún momento del pasado, sino porque tenemos claro que volvemos a tener un nuevo reto que supone una oportunidad y por tanto no podemos dejarla perder.

Sant Adrià de Besòs vive un momento de posibilidad de formar parte del mapa con aspectos positivos, de potenciación y todos, absolutamente todos y todas tenemos que contribuir a ello. Este sería debería de ser nuestro gran anhelo.