Llevo toda la vida asistiendo a la construcción de la Sagrada Familia, pero hace ya años que observo con preocupación cómo las obras, que en mi infancia y adolescencia iban a una velocidad de tortuga, se incrementan sin prisa, pero sin pausa. Hace unos meses colocaron una estrella de muchas puntas que hubiera quedado muy bien en lo alto de El Corte Inglés para celebrar la Navidad, pero que en la catedral del señor Gaudí destacaba, para mal, en la línea del proverbial Cristo con dos pistolas (no sé de qué material estaba hecha, pero tenía un aspecto de plástico barato que no contribuía en nada a la supuesta solemnidad del edificio). El otro día colocaron un enorme cabezón de un buey que representa al apóstol Lucas y que también es espantoso. Cada vez que se produce un añadido al inacabado templo de Gaudí, TV3 nos informa puntualmente como si se tratara de una buena noticia, aunque no sé ustedes, pero yo cada día encuentro más fea la Sagrada Familia y creo que deberíamos vendérsela cuanto antes a los japoneses, no vaya a ser que con todos esos horrendos añadidos que le estamos colocando, ni los hijos del sol naciente la quieran trasladar a su país piedra a piedra y adorno cutre a adorno cutre.

Soy consciente de que Gaudí no facilitó las cosas a sus continuadores con su manía de trabajar sin planos. Mientras vivió, la cosa tenía una lógica arquitectónica y hasta mística, pues el buen hombre era un meapilas de cuidado. Pero cuando murió (dejándolo todo empantanado, seamos sinceros), debió cundir el pánico y la ignorancia entre los encargados de acabar la cosa, ya fuesen arquitectos o funcionarios municipales. De ahí, digo yo, que durante un montón de años no se hiciera prácticamente nada con el templo con la excusa de que no había dinero y que con la cuestación anual no bastaba para agilizar las obras. Y, en general, me parece que a los barceloneses ya nos parecía bien la catedral a medio hacer: hubo incluso quien propuso conservarla tal y como la dejó Gaudí, cubriéndola tal vez con una inmensa tapadera de cristal transparente (igual fue Oriol Bohigas, que en paz descanse, pero no estoy seguro).

ADORNOS FEOS

Desdichadamente, el ritmo pausado de las obras se interrumpió a principios de los años 90 del pasado siglo, cuando se le dio carta blanca al escultor Subirachs para llenar la fachada del edificio de ángeles acartonados y otros adornos no menos feos. Subirachs había sido elegido por Jordi Pujol y no hubo quien lo moviera de allí. Se registró desde la prensa una campaña de resistencia a los añadidos de Subirachs (en esa época yo colaboraba en El País), pero no se consiguió nada y el escultor siguió afeando sin tasa el edificio (creo que hasta le pusieron un taller in situ, para que se sintiera como el Miguel Ángel catalán). A partir de ahí, solo hemos podido ir a peor, como demuestran, entre otras maravillas, la estrella de muchas puntas y el cabezón del buey que representa al pobre san Lucas. Y la cosa no se acaba en los adornos que culminan la Sagrada Familia, pues cíclicamente nos van llegando las ideas de los miembros del patronato, personas que parecen considerar que la ciudad es una extensión de la catedral de Gaudí. ¿Recuerdan cuando decían que había que echar abajo cuatro manzanas del Eixample para dejar sitio a una supuesta Escalinata de la Gloria? Hace tiempo que no se oye hablar de ese asunto, pero estoy convencido de que los talibanes del patronato todavía lo tienen entre ceja y ceja.

Render de la Sagrada Família con las obras terminadas / CEDIDA

Render de la Sagrada Família con las obras terminadas / CEDIDA

Evidentemente, con tanto añadido lamentable, ya no estamos a tiempo de optar por la solución de la campana de cristal que cubra el edificio gaudiniano, por lo que no nos queda más remedio que seguir adelante con las obras. Pero no sería mucho pedir que todos los añadidos al proyecto de Gaudí reunieran unos mínimos estéticos que nos ahorraran la vergüenza que experimentamos como barceloneses cada vez que vemos en el Tele Noticies la nueva birria que no se sabe quién ha autorizado.

Gaudí nos dejó un curioso e interesante edificio inacabado y parece que nos hemos empeñado en terminarlo a lo bestia. Creo que después del buey viene otro bicho que también representará a un apóstol. Y después de eso, vaya usted a saber con lo que nos salen los responsables de las obras. Como hombre precavido, yo ya me echo a temblar.