Aquí donde me ven, soy tirador aficionado de la Escola Hongaresa d’Esgrima. Mi arma es el sable, cómo no, y en la sala de armas queda claro lo mucho que todavía me queda por aprender. Con todo, después de algunos años de práctica, comienzo a perder los combates con una cierta dignidad, y no pido más en esta vida. Me lo paso muy bien y ya está.

Cuando tiras con sable has de tener en cuenta la iniciativa. Si eres tú quien lleva la iniciativa, llevas las de ganar. Ésta es la primera lección. La segunda, que has de tener muy claro lo que quieres hacer, antes incluso de haber dado un solo paso. Cuando gritan ¡Adelante! y te lanzas contra tu adversario, no puedes perder el tiempo pensando qué hago yo ahora, sino que has de estar haciéndolo; un titubeo y estás perdido. Luego, a la hora de la verdad, te paran el golpe, queda corto o el otro te sale por donde no lo esperas. La técnica podrá sacarte del embrollo, o no, pero, hagas lo que hagas, sé rápido, pero no tengas prisa.

El sable es, en palabras de nuestro maestro, Imi, el rocanrol de la esgrima. Qué gran verdad.

La política se parece a la esgrima. Unas veces reclama la elegancia y la técnica del florete; otras, la tradición y la contención de la espada; pero en tantas ocasiones reclama liarse a sablazos con la realidad, chas, chas, hasta quedarse a gusto. Es decir, que no se me malinterprete, el político, y más cuando gobierna, debe tener muy claro qué quiere hacer, algo concreto y tangible; entonces tiene que medir sus fuerzas y su capacidad técnica con honestidad, tener un plan acorde con lo dicho y... ¡adelante! En lo posible, tiene que sostener la iniciativa y vencer pasito a pasito, tocado a tocado, sabiendo que también le tocarán a él, es inevitable.

Pero, cuando uno mira a su alrededor y contempla a nuestros tiradores de la política, se lleva las manos a la cabeza. No dan sablazos de los que yo digo, sino un sablazo tras otro de este tipo (y cito a la RAE): «Acto de sacar dinero a alguien pidiéndoselo, por lo general, con habilidad o insistencia y sin intención de devolverlo».

Hace unos días, el señor Collboni, socialista, hizo una de esas cosas que suelen hacer quienes están en la oposición: revisar las cuentas. Afirmó que el Ayuntamiento de Barcelona tendría que hacer «recortes» este año y el que viene, y comenzó a citar tantos por cientos y docenas de millones aquí o allá. Todo porque, siguió diciendo, el gobierno municipal no sabe llevar las cuentas y porque la Generalitat le ha dado un sablazo al Ayuntamiento que le ha dejado un tajo contable que no vean ustedes. Cuando uno va y duda y no sabe si lo que ha dicho el señor Collboni es cierto o es leña para las elecciones municipales del año que viene, sale el gobierno municipal y comienza el jueguecito de cambiar unas palabras por otras, como si cambiando «recortes» por «reajustes de calendario», «reprogramaciones», «replanificaciones» o «diferentes escenarios» fuera a cambiar la realidad del sablazo que nos van a dar a todos, chas, chas, y del chirlo que nos va a quedar en la cara justo después.

El problema de la política que estamos sufriendo los habitantes de Barcelona y alrededores es que nuestros líderes patrios, a ambos lados de la plaza de Sant Jaume, no tiran nada bien: vienen faltos de técnica; ceden con frecuencia la iniciativa al adversario; lo peor que puede decirse de ellos es que no tienen una idea clara de lo que hay que hacer o, lo que viene a ser lo mismo, ahora quieren hacer una cosa y luego, la contraria; si no se muestran indecisos, tienden a precipitarse irreflexivamente; no son rápidos, pero tienen prisa...

En la Moncloa, en cambio, parece que alguien ha recibido clases de esgrima. Claro que esto es una opinión y pueden estar o no de acuerdo con ella. En cualquier caso, ¡en guardia!