En uno de los lugares más privilegiados de Barcelona, en la falda noreste de Montjuïc, se sitúan unas piscinas que sirvieron para las competiciones de salto durante los juegos olímpicos de 1992 y que conforman unas de las imágenes  más emblemáticas de aquel mítico evento. Desde allá arriba tenemos una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. Acostumbro a pasar a diario por allí por razones que no vienen al caso y lo cierto es que también muestra uno de los mejores puntos para diagnosticar cada día el estado de la polución de la ciudad.

Desde allí, a veces se divisa el Montseny y la costa del Maresme y, habitualmente, no. Curiosamente, los días más opacos acostumbran a coincidir con los que registran más actividad portuaria. Pasando el hotel Miramar se puede comprobar. Como en un trayecto que sintetiza el estado habitual de la contaminación ambiental y los ritmos de la ciudad, transitar la montaña nos permite observar con claridad la densidad urbana y sus contradicciones. La Fira regularmente llena de eventos comerciales una de sus vertientes, los buses turísticos circulan con frecuencia a golpe de acontecimiento en el Anillo Olímpico, abriéndose paso entre fotógrafos y familias; deportistas que se mezclan entre operarios, jardineros o manadas de excursionistas. Los vistosos bosques típicamente mediterráneos que envuelven la montaña delimitan un crisol de ajardinamientos temáticos, al mismo tiempo que coronan el mejor mirador para testear la actividad industrial de la Zona Franca.

Lo cierto es que la montaña de Montjuïc representa una atalaya desde la que, si nos fijamos un poquito, podemos disponer una panorámica de Barcelona que, además de mostrarnos la ciudad desde arriba, nos enseña buena parte de su heterogeneidad. Naturaleza, turismo, eventos, tránsito, edificios, mar, cruceros, deporte, aire, trabajo, ocio, orden, desorden… Resulta una metáfora interesante para caer en la cuenta de que lo local, lo urbano, la ciudad, más allá de su enclave o su vistosidad, resulta un ensamblaje de múltiples elementos que conviven y se enlazan, conformando un todo interconectado.

CUANDO LO GLOBAL RESTRINGE LO LOCAL

Volviendo al puerto, este 7 de abril, se estrenó el mayor crucero del mundo, el Symphony of the Seas. Una embarcación que alberga 7 barrios temáticos con capacidad para transportar a 9.000 personas, atracciones múltiples, jardines, piscinas y más de 3.000 camarotes. La Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS) y la Plataforma por la Calidad del Aire congregaron a cerca  de medio millar de personas para despedirle con protestas. El caso es que la industria turística de los cruceros ha crecido exponencialmente en Barcelona hasta situarla como uno de los principales amarres mundiales. Al mismo tiempo, el turismo se ha convertido en el principal problema de la ciudad, según su ciudadanía en las últimas encuestas, y los niveles de contaminación del aire han superado récords. Sin ir más lejos, en el Poble-Sec, las partículas contaminantes acostumbran a superar 200 veces las que genera una autovía con tráfico convencional.

Al mismo tiempo que Barcelona se convierte en referente global en turismo, cruceros, eventos o negocios, se ha convertido en la ciudad del Estado referente en la mayor burbuja de alquileres de la historia. Un escenario que ha conseguido, por ejemplo, que en los últimos años barrios como la Barceloneta vivan un éxodo vecinal sin precedentes, que ya registra una pérdida de residentes mayor que la vivida durante los bombardeos de la Guerra Civil. A la par, los trabajadores del sector servicios han pasado de un 25% en 1991 a un 78% en 2011. Las condiciones laborales se han precarizado profundamente, el tráfico de vehículos en un área metropolitana densificada por la diáspora barcelonesa se ha disparado exponencialmente, el aire se ha contaminado, el espacio urbano se ha mercantilizado y la ciudad ha transitado desde lo local hacia lo global.

REEMSABLAR LO URBANO

Para entender buena parte de los problemas actuales de la ciudad, es necesario tomar panorámica de ellos y caer en la cuenta de sus enlaces y su entramado de consecuencias. Si Montjuïc nos muestra metafóricamente este cliché, levantar la mirada del suelo nos despliega una ciudad profundamente azotada por una lógica que desde hace demasiado tiempo ha puesto a los mercados por delante de la vecindad. Un planteamiento que ha desbordado la capacidad local para soportar los intereses globales que la atraviesan. Urge reensamblar lo urbano para poner en el centro la sostenibilidad de la vida, el bienestar comunitario y el espíritu popular. Nuestro aire lo necesita, pero también y, sobre todo, lo exige nuestra dignidad.