El nacionalismo siempre miró con indisimulado recelo al área metropolitana de Barcelona. Una zona de Cataluña que poco o nada tenía que ver con la visión nacionalista que trataba de imponer la hegemónica CiU de hace unos años. En esa Cataluña de más de tres millones de habitantes hemos podido ver de forma sistemática victorias contundentes del PSC desde 1999 y una abultada victoria de Ciudadanos en el 2017. Pese al bombardeo constante nacionalista, el área metropolitana de Barcelona sigue sin asumir sus tesis de forma mayoritaria. Este reducto que recuerda en cierto modo al reducto galo inventado por Albert Uderzo ha sido identificado por los nacionalistas como el reducto más peligroso para sus intereses secesionistas.

No es casual que, pese a los giros internos del PSC más nacionalista, el área metropolitana se haya mantenido fiel durante años al socialismo que parecía encarnar el PSC y al constitucionalismo amplio que simbolizó después Ciudadanos. Los movimientos de población procedentes de todos los puntos de España se instalaron en esa gran Barcelona, y con su trabajo se la hicieron tan suya que no permitieron que ningún nacionalista burgués les diera permiso para seguir siendo españoles ni les contara como debían ser catalanes.

Los éxitos electorales cosechados por Felipe González y Alfonso Guerra mantuvieron a flote a un partido que no contó con candidatos remarcables por su deriva catalanista. Pese a la connivencia de la cúpula de los socialistas catalanes con Jordi Pujol, el votante no se dejó seducir por los cantos envenenados de sirena de la retórica nacionalista de quienes se oponían a la potenciación del área metropolitana. Mediante políticas públicas enfocadas a potenciar al resto de zonas de Cataluña en detrimento de este área que supone el 42,8% de la población, los gobiernos conservadores trataron de evitar, sin éxito, el crecimiento de esta zona. Una zona que no les interesaba política ni socialmente.

Ejemplos tenemos todos los que queramos. Uno de los más evidentes fue probablemente la beligerancia del sector nacionalista en sus intentos de dinamitar los Juegos Olímpicos de Barcelona. No sorprende lo más mínimo a día de hoy ver que personajes como Joaquim Forn, Jordi Sánchez o el conservador Miró i Ardèvol compartieron primera línea en la reivindicación nacionalista enfrentándose a los JJOO de Barcelona y al modelo que tan bien acabó funcionando. Los nacionalistas no querían poner a Barcelona en el mapa puesto que representaba precisamente lo opuesto a la Cataluña que defendían. La capital catalana y su entorno metropolitano representaban progreso, altura de miras y multiculturalidad. Se trataba de una Barcelona que, por ser antinacionalista, no representaba la Cataluña que ellos soñaban y que, mediante una ley electoral injusta, han acabado imponiendo en las instituciones.

El prisma comarcal y provinciano del nacionalismo catalán siempre ha chocado con la visión urbanita de Barcelona y su área metropolitana. Con su visión abierta del mundo fruto del ir y venir de gentes de todas partes que han ido dejando su granito de arena en la construcción de un espacio global que no ve con buenos ojos el etnicismo nacionalista puesto que es algo que le es completamente ajeno.

Barcelona está obligada a crecer. Barcelona está obligada a protegerse del nacionalismo. Durante años hemos podido observar que, por los motivos que sea, ni en el Congreso ni en la Generalitat hemos conseguido reflejar lo que verdaderamente es nuestra ciudad y nuestro entorno metropolitano. Barcelona vive rodeada por las amenazas propias del nacionalismo. Por el momento hemos conseguido parar el envite nacionalista a la alcaldía de Barcelona, la joya de la corona. Pero eso no es suficiente. Los municipios del área metropolitana deben unir fuerzas frente a la amenaza que supone la visión tradicionalista del nacionalismo. Cuanto más crezca nuestra gran Barcelona menos opciones tendrán de convertirnos en aquello que tanto ansían, una tierra empequeñecida por el nacionalismo excluyente que, recordemos, nada tiene que ver con nuestra gran metrópolis.

Es importante que el constitucionalismo no pierda este reducto. El nacionalismo sabe que no tiene nada que hacer en el área metropolitana de Barcelona. Creámonos esta gran Barcelona y frenemos de una vez la locura secesionista que solo puede llevarnos a la ruina económica y social. Protejamos nuestra última línea de defensa. La última esperanza que tiene España contra el nacionalismo es Barcelona y su gran metrópolis antinacionalista.