Barcelona sigue en estado de shock por el efecto devastador del coronavirus. Un mes después de que se decretara el estado de alerta en España, el panorama es desolador, con un goteo constante de muertos, los profesionales sanitarios al límite y un sentimiento generalizado de agotamiento por la reclusión. Los recelos y las dudas iniciales se transformaron en miedo e impotencia a medida que la pandemia causaba estragos y pronto, muy pronto, entraremos en un nuevo escenario, con el regreso paulatino a la actividad de muchos sectores no esenciales.

El coronavirus cambiará nuestras vidas. Nuestros hábitos y costumbres. Las mascarillas y los guantes de protección nos acompañarán durante muchos días, a la espera de que remita el virus. También deberán respetarse las distancias de seguridad y, sobre todo, tendremos que extremar nuestra limpieza y la desinfección de los espacios de trabajo. Nada será como antes en un 2020 que pasará a la historia como un año maldito. Como el año del espanto y de la parálisis mayoritaria de los sistemas de producción. El Covid-19 impactará muy fuerte en muchos sectores económicos de Barcelona.

La anulación del Mobile World Congress fue un mal presagio. Anticipó una crisis que nadie sospechaba en enero. Hoy, muchos sectores asumen que 2020 será un año perdido. El turismo, según los expertos, no remontará hasta la primavera de 2021 y su caída castigará al sector hotelero, pero también a la restauración y el comercio. No en vano, supone el 12% del PIB de Barcelona y un 9% de puestos de trabajos, unas cifras despreciadas por algunos sectores, presuntamente progresistas, que activaron campañas de acoso y derribo contra los turistas, responsabilizándoles de todos los males de la ciudad. Es de suponer que Colau y algunos satélites suyos habrán tomado nota. Como recientemente dijo Josep Sánchez Llibre, el presidente de Foment, en una entrevista concedida a Metrópoli Abierta, ha llegado la hora de reformular Barcelona.

Colau, hasta ahora, ha hecho lo que, tristemente, se esperaba de ella: gesticular. Ha denunciado la gestión de las residencias de ancianos y ha expresado su preocupación por el sufrimiento de miles de barceloneses que económicamente lo pasarán muy mal en los próximos meses. Hasta ahí, nada que objetar. El problema es que en una situación tan delicada y compleja no aporta soluciones y sigue ignorando y menospreciando los consejos y las peticiones de los sectores más castigados por la crisis.

La alcaldesa de Barcelona debería estar muy preocupada por la recuperación del comercio local. También debería aparcar su inquina con la restauración, a la que puso contra las cuerdas con un incremento abusivo de las tasas de las terrazas que debería sonrojarle. Estos sectores, en el mejor de los casos, estarán dos meses sin facturar y necesitarán estímulos para evitar el colapso. Sin actividad económica no hay puestos de trabajo y la factura final será mucho más elevada y frustrante.

Colau debe dar una respuesta a sus necesidades para reiniciar una actividad que sufrirá grandes cambios a corto plazo. La crisis del coronavirus, por ejemplo, ha multiplicado por 10 la venta online de los mercados municipales, un sector muy tradicional que ya no puede ignorar la nueva realidad. También tendrá que reinventarse el comercio local y asumir nuevas formas de pago mucho más higiénicas que el dinero en efectivo, como apuntaba Nuria Paricio, directora de Barcelona Oberta. El uso de las tarjetas de crédito y los pagos por móvil o plataformas como Bizum serán mayoritarios en un futuro muy próximo.

La actual crisis económica no tiene nada que ver con la de 2008. El problema actual no son las entidades financieras, pero viviremos en un estado de incertidumbre mientras buscamos una vacuna eficiente para combatir el coronavirus. Barcelona, como las grandes ciudades, sufrirá mucho para recuperar su actividad. Necesita dirigentes solventes que aporten mensajes de esperanza. Los sectores económicos, desde las grandes compañías hasta las pequeñas empresas familiares, todavía esperan las recetas de Colau. Todos dudan de su capacidad pero confían en el sentido común de su socio de gobierno, un PSC con mucha más experiencia y sensibilidad con las demandas de los sectores productivos. Barcelona necesita que Collboni sea valiente y mueva ficha. La supervivencia de muchas empresas y puestos de trabajo está en juego y requiere respuestas pragmáticas, no dogmáticas.