La vuelta a la redacción, tras las vacaciones de Navidad, estaba siempre marcada por el inicio de las rebajas. Hablábamos de los descuentos, de cómo evitar los fraudes, la cuesta de enero... La imagen era, cada año, la de esas dos señoras entrando las primeras el 7 de enero al Corte Ingles de plaza Catalunya. Hoy en día, cualquier cosa que te pasa por la cabeza se tiñe, inevitablemente, de nostalgia. No sé si es que el mundo está cambiando muy rápido o yo me estoy haciendo mayor.

La cuesta de enero era inseparable de las rebajas, eso para mí era así, y pensaba que lo era para todo el mundo. Pero no. Cuando fui a vivir a Madrid, la ciudad de la libertad, la ciudad que nunca duerme ni cierra nada, vi que allí las rebajas eran casi todo el año. Aunque oficialmente empezasen el 7 de enero, como en todos sitios, en Madrid se pasaban el año camuflando descuentos y ofertas especiales con mil excusas. ¿Me escandalicé? No. Me encantó vivir en una eterna campaña de rebajas, igual que me pareció maravilloso creerme rica por poder comprarme ropa y zapatos de capricho, que no necesitaba. O me acabó pareciendo un derecho irrenunciable hacer la compra en el centro un domingo antes del vermut.

Era la época en la que Esperanza Aguirre decía que eso generaba riqueza y puestos de trabajo. Lógico. Si abrían más días, más horas, contratarían a más gente. La venda de los ojos se me cayó en un gran centro comercial, cuando los familiares de los vendedores organizaron una protesta silenciosa pero muy efectiva. Entraron a comprar vistiendo camisetas que denunciaban la situación insoportable de los y las empleadas. Doblando turnos, con horarios rotando continuamente y haciendo imposible organizar una vida mínimamente normal. Eso ahora tiene un nombre, porque se ha generalizado, y se llama precariado.

¿Por qué les cuento esto? Pues porque creo que se nos debería estar cayendo a todos la venda de los ojos, no sé si por la pandemia o porque cada vez se extiende ese precariado a más capas de la sociedad. Podemos quedarnos un tiempo más fascinados como conejitos deslumbrados en medio del camino, antes de que nos atropelle el sistema desbocado. O podemos reaccionar, aunque eso suponga renunciar a alguno de esos falsos privilegios que nos venden para que nos sintamos importantes, aunque no les importemos lo más mínimo.

Tradicionalmente en Cataluña se ha protegido al pequeño y mediano comercio, por lo menos más que en otras comunidades. Seguro que a muchos no les parece buena idea ese proteccionismo ante las ilimitadas maravillas del mercado desbocado, suena a algo del pasado. Pero igual otra pandemia o simplemente otro barco atravesado en un importante canal de navegación, nos hace volver un poco a esas tiendas. No sé, por decir algo muy loco que no haya pasado nunca.

Regular y controlar en ámbitos que te venden como avances, como conquistas e incluso derechos, en estos tiempos de manipulación y apropiación de las palabras es algo impopular. ¡Qué antipático queda limitar la libertad de comprar a precios rebajados cualquier domingo del año! ¿no?

No sé si tiene sentido mantener “la rebajas”, como las entendíamos, en estos tiempos de amazon y ali express. Quizás deberían ser nada más que un acontecimiento social y ritual post navideño. Pero sí que tiene todo el sentido proteger y fomentar el pequeño y mediano comercio porque además de crear riqueza, crea comunidad. Y ese es el valor que me parece, ahora mismo, más preciado. Creo que, si algo hemos aprendido en ciudades como Barcelona, tras la pandemia, es que el espacio en que vivimos es importante por eso, porque vivimos y nos relacionamos ahí. Ese camino lo está recorriendo Barcelona mucho mejor que Madrid, ahora que todo se compara para mal con la capital del reino.

Volviendo a la nostalgia con la que empezaba el artículo, recuerdo cuando en las familias se esperaba a las rebajas para comprar las prendas importantes, las más caras. Aunque ahora que lo pienso, esa nostalgia de la compra necesaria y de larga duración no es un lamento del pasado, sino una proyección de futuro. Sobre todo, si queremos seguir hablando de las rebajas o de cualquier otra cosa en este planeta. A veces los que parecen aferrarse al pasado están construyendo el futuro.