Barcelona vive en una paranoia colectiva. No sabe hacia dónde va, víctima de sus contradicciones y de una gobernanza que reniega de los grandes eventos y es incapaz de resolver los problemas cotidianos. El mismo fin de semana que acoge el Gran Premio de España de Fórmula 1 y organiza el tradicional Salón del Automóvil, con un gran impacto internacional y un retorno millonario, muchos ciudadanos arremeten contra el turismo, algunos hartos de las molestias que soportan en sus barrios y del aumento del precio de los alquileres, y otros con actitudes fascistoides que desacreditan cualquier reivindicación.

El turismo divide a los barceloneses. El problema requiere un análisis urgente y certero. Con medidas excluyentes no se resuelve un conflicto que amenaza con enquistarse y que traspasa fronteras. El Ayuntamiento debe convocar a todos los agentes y buscar un consenso, un acuerdo de mínimos. Barcelona siempre se ha caracterizado por ser una ciudad amable, de acogida.

El Gremio de Hoteles está que trina, pero algunos empresarios deberían revisar las precarias condiciones de sus trabajadores. Paralelamente, muchos ciudadanos deberían ser más consecuentes con sus quejas. Muchos habitantes que critican las ofertas low-cost que ofrece la capital catalana se aprovechan de los mismos operadores para viajar al extranjero a un precio muy atractivo.

El Ayuntamiento, por ejemplo, lamenta que los turistas copan algunas líneas de autobús. La solución no pasa por expulsarlos, sino por reforzar el servicio. Resulta curioso, y preocupante, que los mismos gobernantes que critican los actuales índices de contaminación que padece Barcelona miren hacia otro lado cuando les preguntan por la enésima huelga del metro que sufrirán este lunes los ciudadanos.

La lucha contra el uso masivo de vehículos contaminantes pasa, básicamente, por potenciar el transporte público. Lejos de mejorar, empeora año tras año, con tiempos de espera en algunos casos insultantes y unos vagones atestados durante gran parte del día. Igual de preocupante es la eliminación de muchas líneas de autobús que dificultarán la movilidad en Barcelona. Mientras tanto, TMB sigue bajo sospecha por los sueldos de los grandes ejecutivos.

Barcelona vive en un estado de crispación permanente en los últimos tiempos. El turismo ha dejado de ser una bendición para convertirse en una pesadilla, los ciclistas se pelean con los peatones por el uso del espacio público, los vecinos de les Glòries están que trinan, en La Marina piden un trato digno, en Congrés estallan por la falta de equipamientos, en Nou Barris y Horta recuerdan las promesas incumplidas para soterrar la Ronda de Dalt, en Sant Martí despotrican del nuevo albergue y se desesperan con la Superilla. La Barcelona de los prodigios es, también, la Barcelona de los conflictos.