Escribo con una mirada al fondo de dos pequeños pajaritos verdes que iluminan la pantalla de mi televisor en Netflix. Parecen felices uno al lado de otro. Seguramente no son conscientes de que su vida es más simple de lo que cualquier humano ha pensado. ¿Qué serán unos años? ¿Unos meses?

El tiempo marca nuestras vidas. En las últimas horas hemos empezado una campaña electoral al Congreso y a su fin, comenzará otra dedicada, en nuestro caso, al Ayuntamiento de Barcelona. Sesenta días que van a cambiar la historia de los próximos años. Creo, a estas alturas, nadie duda viendo el caso del desastre de la última alcaldía Barcelona que una ciudad no funciona sola. Influye mucho quien gobierna, y quien gobierna, en democracia, lo decidimos nosotros.

Ambos eventos van a ser elecciones no para elegir al mejor, sino para elegir al menos malo. Quien se equivoque estos días perderá esas dudas en los votos finales. Porque seamos sinceros, tanto a nivel del Congreso como a nivel municipal, podemos decir que tenemos los peores candidatos de la democracia. En una hemos juntado un narcisista como Sánchez, un máster del Universo como Casado, un veleta como Rivera, un asocial como Iglesias o un vividor de lo público como Abascal. Ni citamos a Rufián o Puigdemont, por ser casi más alienígenas ancestrales en este circo.

En las locales de Barcelona tampoco estamos para tirar cohetes. Una “yo también” mimética como Colau, un fracasado como Valls, un parásito como Maragall, un vividor de lo público como Collboni o alguien de la CUP, que por no ser, ni en su grupo quieren saber quién es. Todo lo malo o lo peor que podría haberse juntado. Personajes unos y otros propios de un cuento de terror. Dónde más de uno puede preguntarse ¿qué hemos hecho para merecer esto? Pues señores, seamos sinceros, simplemente los hemos votado. La culpa es nuestra. Y ellos, son la demostración, que la sociedad también puede fracasar. Y el fracaso social suma cuando los más fracasados alcanzan el poder.

Ninguno de ellos podría estar en una empresa mínimamente seria. A la mayoría de ellos no les encomendaríamos ni la presidencia de una escalera, y lo peor, pocos servirían para algo tan trivial como una relación. Al final, somos las personas normales las que hacemos cosas normales. Desde escribir unas líneas, criticar a quien sea, juntarnos hasta con nuestro teórico enemigo o incluso decidir a quien entre tanto fracasado social debemos votar. La vida, al final, permite tomar decisiones. Sí algo hemos aprendido es que no siempre podemos acertar. Aunque al menos, en la mayoría de ocasiones, sí podemos seleccionar entre lo malo y muy malo con las garantías de nuestro voto. Por eso, algunos no tenemos problema en decir que en estos locos próximos sesenta días no buscamos el mejor candidato, sino el candidato que menos se equivoque en su profunda mediocridad. Mis votos aún están abiertos.