Nunca he estado con el acoso y derribo de nadie en general ni de nadie en particular. Tampoco del que se practica con Ada Colau por parte de algunos, y eso que yo soy muy crítico con mucho de lo que hace. Pero una cosa es apuntar contradicciones y errores de nuestros gobernantes, y otra muy distinta lo es traspasar ciertas fronteras e ir a hacer daño en lo personal. En este sentido, soy de los que me creí las lágrimas de Colau el pasado martes en RAC1 y contestando a preguntas de Jordi Basté. Yo estaba ahí y ví el proceso desde que aguantó hasta que se rompió. Fue real, no teatro. Y, aún diré más, fue indicativo de lo que está por venir y de las las lágrimas que igual otros derramarán (metafóricamente o no) con ella de alcaldesa.

Se lo dije en directo: lo suyo me recuerda a esa canción que el grupo madrileño Carolina Durante ha popularizado y que dice “te pido perdón por no ser mejor que nadie”. Ella está en fase de metabolizar que ya es una política más y que ha tirado de aquellas maneras de hacer “de toda la vida” que tanto criticaba. Y eso debe doler. Y eso debe generar una rabia interna importante. Y eso, de tanto en cuando, es bueno que salga. Mejor con lágrimas que con según que otros desahogos que pueden afectar a terceros (como sus conciudadanos).

Pero la realidad de esas lágrimas anuncia otras. Su debate interno ha sido duro (seguramente bastante más de lo que le atribuyen los que la dibujan como una cínica sin escrúpulos), pero ya pasó. Y lo han comprobado sus padrinos de investidura Jaume Collboni y Manuel Valls. ¿Primera decisión como alcaldesa? Volver a colgar el lazo amarillo en defensa de los presos políticos. Y con patatas que se lo han comido PSC y Valls. Y esto es solo un senzillo y fácil ponerse manos a la obra, porque dudo mucho que Colau se haya comido buena parte de sus principios políticos para ser una alcaldesa dócil con quienes la nombraron. Dudo mucho que éste, su presumible último mandato, quiera asumir el rol de una alcaldesa incolora, inodora e insabora. Más bien pinta que querrá purgar su mala conciencia (por haber aceptado los votos de quienes en su día calificó como “la mafia” y “las élites) con hechos y gestos que la reivindiquen a pesar de todo. Y ahí, si lo consigue, las lágrimas que vendrán (de impotencia, de rabia o de lo que se tercie) serán más las de sus socios que las suyas.