Cuánta razón tiene Jaume Collboni cuando exige responsabilidad a los grupos de la oposición para que respalden esta semana la tramitación de los presupuestos. Como España y Cataluña, Barcelona necesita presupuestos para encarar la salida de la pandemia, cuando esta salida esté prevista. Sin embargo, esta petición hace aguas cuando se analiza la gestión del consistorio de la ciudad.

Ada Colau este domingo se paseó por Catalunya Ràdio. Pidió a la Generalitat claridad y que pensara en los sectores más afectados. Cosa que no hace la señora alcaldesa. No sólo suben los impuestos, siempre de forma indirecta para acusar al primero que pase por la calle, sino que vemos una transformación de la ciudad sin consenso y sin atender las inquietudes de los sectores afectados, y con el riego constante de aquellas asociaciones de la sociedad civil que le bailan el agua. Por faltar, falta un proyecto de ayudas directas a esos sectores en los que la alcaldesa dice pensar, pero sobre los que no actúa.

Collboni ha puesto el dedo en la llaga. Si no se aprueban los presupuestos nos quedaremos los barceloneses sin 800 euros de inversión. Sólo le pido que no sea para poner más bloques de hormigón por las calles y sobre las cabezas de miles de comerciantes que reciben la presión impositiva de la ciudad, aunque sus puertas siguen cerradas y los ingresos han caído en picado desde que el 14 de marzo se decretó el confinamiento.

Al menos, hay que agradecerle al líder del PSC que hable de cosas que se puedan tasar. El problema, el de siempre, que la alcaldesa se queda en la filosofía y en sus cruzadas particulares, dejando a la ciudad sola en medio del páramo que se está levantando tras la pandemia. No he oído a la señora Colau hablar de los comerciantes y de los restauradores. No la he oído proponer medidas concretas para ayudarles no a superar la crisis si no simplemente ayudarles a poder abrir cuando se pueda. No basta con que tengan más espacios para las terrazas, sino que muchos de estos autónomos y pymes necesitan ingresos directos. O vía ayudas, o vía impositiva. No parece que el ayuntamiento sea sensible a esta cuestión como si lo es cuando se comprueba que sus aliados en la sociedad civil reciben subvenciones con escaso control.

Estamos en un bucle. En la redundancia de siempre. Mucho hablar y poco hacer. Los presupuestos son expansivos y son una esperanza. El problema es saber si su cumplimiento va a servir para algo para muchos ciudadanos que han colgado el cartel de cerrado. Hablar de inversiones en el futuro, del modelo de ciudad, del coche, y temas similares suena a veleidad, cuando de lo que hay que hablar es cuánta ayuda voy a recibir. Mientras no se solucione esto, el resto es un brindis al sol, y una vuelta de tuerca a la decadencia de Barcelona. Es el momento de ser pragmático y no utópico.