Ada Colau ha entrado en campaña. Las elecciones madrileñas dejan a su jefe en un escenario complicado y parece que toca sacar toda la artillería de cara al 4M. El partido morado pasa por enormes aprietos. Sin embargo, ha conseguido que la campaña madrileña gire entorno a las pretensiones del exvicepresidente Pablo Iglesias, haciendo que de la anécdota se genere noticia para conseguir colarse en el centro de una campaña que debería haber sido protagonizada por el Partido Popular y el Partido Socialista confrontando modelos de gestión.

Desgraciadamente la campaña madrileña ha acabado fagocitada por el populismo de todo signo. Y es justo ahí donde nuestra alcaldesa entra en escena. Consciente de ser una de las personas con más apoyo popular del partido morado, su entrada en la campaña madrileña era casi obligada. En el acto del pasado sábado la alcaldesa sacó la artillería de siempre. Afirmaba que “es terrible lo que tenéis que aguantar en Madrid, con la derecha y la extrema derecha de Ayuso diciendo barbaridades un día tras otro”. Puede que no le falte razón, pero ver a Colau haciendo afirmaciones como estas resulta curioso cuando hemos tenido que aguantar sus salidas de tono en múltiples ocasiones. Es cierto que Ayuso está realizando una campaña que desde su inicio se está basando en autenticas falacias, pero el estilo de los comunes nunca ha estado alejado de falsas dicotomías en las que lleva semanas instalada Ayuso.

En cualquier caso, podemos reconocer que Ada Colau acierta en el diagnóstico. Es un desastre ver que la campaña madrileña ha derivado en una especie de campaña sucia constante en la que la grandilocuencia, los insultos y la confrontación basada en falsas dicotomías con el único objetivo de polarizar han sido la tónica. Sin embargo no podemos dejar de advertir que ha sido precisamente eso lo que ha permitido que Pablo Iglesias tenga algo de presencia durante la campaña.

La intervención de Colau no tuvo desperdicio. Decía que “a los insultos se le han sumado las amenazas. No os acostumbréis a esto, esto no es normal ni aceptable en democracia”. Tiene razón, sin lugar a dudas. La lástima es que esto lo haya aprendido tarde. Aún recuerdo cuando en la pasada campaña electoral miembros de sus listas se dedicaban a participar en escraches a candidatos que no eran del gusto de los comunes.

Otra de las grandes afirmaciones que chirriaron la escuchamos cuando se puso a hablar de gestión. Afirmaba que desde que gobierna ella, en Barcelona las cosas se han hecho de forma más honesta, transparente, sin corrupción y decente. ¿Cómo es posible que teniendo a diferentes miembros de su equipo investigados por diferentes causas sea capaz de realizar afirmaciones como estas? La campaña y el papel todo lo aguantan, pero de un dirigente público se espera algo de humildad cuando las cosas van mal y no afirmaciones arrogantes que no representan en absoluto la aparente tónica de su gestión.

En el mismo mitin la alcaldesa de Barcelona hizo un llamamiento a la unión y coordinación de la clase trabajadora. Más allá del debate sobre el anacronismo (o no) del concepto, sorprende sobremanera ver a la alcaldesa de Barcelona hacer estos llamamientos al lado del candidato Pablo Iglesias que, tal como todos sabemos, tras llamar a la unión de la clase trabajadora cogerá el coche oficial de turno para ir a dormir a su chalé de Galapagar.

Sí, es una crítica fácil, pero a uno le cuesta ya mucho aguantar proclamas relacionadas con la clase trabajadora cuando quienes las esgrimen gozan de una situación de evidente privilegio gracias a su posición pública. Privilegios que siempre criticaron pero que ahora disfrutan sin el menor problema manteniendo su discurso de siempre.

Y es que, al final, mucha proclama por las clases trabajadoras, mucha condena a la derecha madrileña pero no hay manera de que la alcaldesa se enfrente a la derecha conservadora nacionalista de Cataluña. Y la explicación radica en que, para la izquierda de cartón piedra, la crítica al nacionalismo es algo impensable. El nacionalismo goza de una patina de impunidad en nuestra tierra desde hace demasiados años, y por eso es fácil enfrentarse a la derecha madrileña, pero a la catalana ni se le tose. Y poco importa que la situación en Cataluña sea un auténtico drama. No veremos a la alcaldesa cargando contra el nacionalismo que discrimina a la mitad de los catalanes. Por el contrario, la veremos congraciando con el separatismo amparándose en un falso progresismo que no se basa en nada más que en excusas para no condenar los actos o afirmaciones de aquellos que vulneran o han vulnerado derechos de la mayoría de esa clase trabajadora a la que hace llamamientos una y otra vez.

Está muy bien que la alcaldesa se dedique a combatir a la derecha madrileña, pero estaría mejor aún que hiciera lo propio en su tierra. En nuestra tierra.