Dice Isidre Gavin, responsable de Infraestructuras del Gobierno catalán, que Barcelona necesita un AVE para ir a Valencia. Gavin, que fue elegido diputado con 21 años y, desde entonces, ha seguido agarrado a la ubre pública, participa de la idea de que si un trayecto no se hace en AVE es porque el territorio está discriminado (a los nacionalistas, hablar de la discriminación de Barcelona y Cataluña les encanta; si no la hay, la inventan).

Los principales responsables de esta creencia son dos aciagos ex ministros de Fomento: Francisco Álvarez Cascos y Magdalena Álvarez. Ambos pregonaron su intención de que todas las capitales de provincia tuvieran un tren de alta velocidad y todo el mundo aplaudió la tontería. Bueno, todo el mundo no: discrepó Joan Boada, que era diputado por ICV. Asesorado por ingenieros ferroviarios, concluyó que la inversión en el AVE resultaba disparatada y que era mejor invertir en mejorar la red de Cercanías: la de Barcelona y las de otras ciudades españolas, porque son esos los trenes que más utiliza la gente. Para el largo recorrido peninsular bastaría con trenes de velocidad alta que alcanzan los 220 kilómetros por hora y cuya construcción hubiera costado un tercio de lo que exigió la alta velocidad. El resto, decía, para las cercanías. Con su propuesta, el trayecto Barcelona-Madrid duraría media hora más, pero los de Mataró y Sitges se reducirían a la mitad.

Se quedó solo. Ni siquiera ICV le apoyó. Todos querían un AVE, que era lo moderno y hasta lo posmoderno. Barcelona estaría así enlazada por alta velocidad con las tres capitales catalanas, además de con Zaragoza y Madrid. Los ejecutivos y turistas podrían ir en los nuevos trenes, aunque los trabajadores que día a día necesitan un tren de proximidad siguieran desatendidos. Y así siguen.

La verdad es que las tres capitales catalanas no están unidas por alta velocidad sino por velocidad alta, aunque a veces el servicio lo presten trenes AVE. De hecho, la duración del recorrido apenas varía porque los AVE necesitan mayor tiempo de aceleración y frenada. En distancias por encima de los 250 kilómetros, ese tiempo se absorbe. En distancias menores, no. La idea de Boada no era una locura, aunque, eso sí, hubiera dado menos beneficios a las constructoras.

Esta semana ha entrado en funcionamiento el nuevo trazado del Euromed Barcelona-Valencia y el Ejecutivo autonómico se ha apresurado a denunciar que no es alta velocidad y a reclamarla. La entrada en servicio de un tramo de 65 kilómetros desdoblado entre Tarragona y Vandellòs supone reducir las poco más de tres horas actuales en 40 minutos. Y el trayecto bajará de las dos horas cuando terminen las obras programadas en el Baix Llobregat y en Castellón y Valencia. Convertir la línea en alta velocidad, como exige Gavin, supondría una inversión costosa. No es sólo un problema de ancho europeo (en realidad, los trenes de alta velocidad pueden circular por todo tipo de ancho) sino que habría que hacer un trazado nuevo, al menos parcialmente, porque las curvas que puede soportar un tren a 220 no son las mismas que las que admite un tren a 300 por hora. Y eso llevaría a reducir el trayecto en unos 20 minutos, como máximo, respecto a lo que será el resultado final. Reducción sólo para trenes directos. Los que hicieran paradas tardarían lo mismo.

Se comprende que para Gavin el dinero del “Estado español” no es algo a tener en cuenta. Después de todo, lo que ocurra en España “importa un comino”. Que eso repercuta en los usuarios de Rodalies (cuyo servicio gestiona la Generalitat) debe parecerle también una nonada. Pero el dinero es un bien escaso (salvo para algunos) y, como sostenía Joan Boada, igual es más razonable destinarlo a desdoblar la línea de Montcada, Vic y Ripoll o a facilitar semidirectos en el Maresme o en la zona del Garraf. Esos trenes tienen muchos más usuarios (unos 130 millones al año) que los cuatro millones que transporta el AVE Madrid-Barcelona.

Pero claro, hablar del tren de los obreretes no es moderno. Lo moderno es el AVE y, si es posible que no sólo pare en Sants, que llegue hasta el rellano de cada casa. El caso es pedir y quejarse. Y, si hace falta, se promete que con la independencia no sólo habrá un AVE, habrá un tren bala, que circule a 500 kilómetros por hora y sobrevuele los puentes que cruza, tendidos sobre ríos de miel y leche. Al menos eso pueden prometer y prometen. Total, es gratis.