La política es como un supermercado. El ciudadano entra con su carrito y pasea entre los estantes. Compro esto, compro lo otro, esto me gusta, esto no… Escoge el producto para cada ocasión: éste, para las municipales; éste, para las autonómicas; éste, para las generales; y éste, para las europeas. Todo el que se ofrece en el supermercado de la política está dentro del sistema y está obligado a cumplir con ciertas normas, para protección y seguridad de los consumidores, que serían los votantes. Quien presume de antisistema, pero se ofrece en los anaqueles del supermercado de la política, miente; si fuera antisistema de verdad, no se ofrecería en el supermercado.

Les parecerá que hago broma, pero no es así. Recientes estudios de la London School of Economics y otras prestigiosas universidades señalan que los votantes cambian su parecer sobre ciertos temas según la oferta política. Cuando un partido cambia de opinión, la mayoría de sus seguidores cambiará también de opinión. Es lo que está pasando con el partido republicano de los EE.UU. o lo que ha pasado con Convergència, por ejemplo. Se han dedicado tesis y artículos de politología y sociología al Brexit o al procés que determinan que si los partidos en el poder no se hubieran decantado por abandonar la Unión Europea o meterse a independentistas, hoy el Reino Unido seguiría en la Unión Europea y el procesismo no hubiera existido. El cambio de la ideología del votante, su cesta de la compra, para entendernos, proviene de arriba, de quien oferta ideología, no de abajo, de quien la compra.

Aquí caben sutilezas y matizaciones, por supuesto, y es todo un poco más complicado, pero ya ven por dónde va.

Como sucede en la vida real, tenemos los productos de siempre, a los que nos hemos acostumbrado, que no son nada del otro jueves, pero con los que vamos tirando. Unos votantes son fieles a los yogures de una determinada marca y otros, a los de otra. ¡Cómo nos cuesta cambiar de hábitos! Aquí tenemos un yogur conservador-liberal y allá vemos otro socialdemócrata sin exagerar, pongamos por caso. A veces no podemos distinguirlos y nos parecen todos de marca blanca. A veces se esfuerzan en diferenciarse.

Justo al lado, surgen como setas otros yogures que se venden haciendo mucho ruido, con mucha publicidad y etiquetas muy llamativas. La publicidad apela al sentimiento, no a los valores nutricionales, como toda publicidad que se precie. Muchos son yogures con exceso de azúcares patrios, ñoñocursis o victimistas. En la publicidad salen tipos con barretinas o con montera, toros de Osborne o correbous, banderas a tutiplén. Son atractivos para glotones de derechas y uno se torna adicto a tanto dulce. Ese empalago, sin embargo, no es beneficioso para el consumidor, que desarrollará caries ideológicas, engordará con supremacismos y dedicará muy poca atención a su trabajo, su economía, se despreocupará de la educación y la cultura, descuidará la salud, etcétera. A corto plazo proporcionan emociones; a medio y largo plazo, frustraciones y problemas.

Como en el supermercado, también abundan yogures con etiquetas bio, eco, sostenible, de proximidad, natural, holístico, chachi y guay del Paraguay. Algunos añaden azúcares ñoñocursis, pero «naturales», ojo, o «de proximidad». En estos yogures todo es apariencia y algunos de ellos, la verdad, tienen poca sustancia. Pero ¡cómo molan! Fíjense que dejan el suelo todo pintado de colorines. El problema de estos yogures es que, salvo contadas excepciones, al final aburren porque no aportan nada.

En fin, cada uno sabrá lo que compra y por qué lo compra, pero ahora convendría advertir a los fabricantes de yogures. Señores, ¿qué están haciendo?

Si ustedes, queridos políticos, comienzan a faltarse al respeto entre sí, a insultarse en público, a no guardar las formas en los plenos de los ayuntamientos, en los parlamentos, en las Cortes; si atacan al que piensa diferente y le llaman fascista o comunista así porque sí; si se llenan la boca de mentiras y las vomitan continuamente; si sostienen que no vivimos en democracia porque no se les permite saltarse la ley; si no tienen cuidado de las instituciones… Si todo eso aparece en las estanterías del supermercado de la política, damas y caballeros, el público lo comprará y luego ya veremos quién lo arregla.

No dejemos que nos vendan porquería. No la compremos.