Hace poco más de dos años, la plataforma “Nou Barris cabrejada diu prou” denunció el galopante crecimiento de las desigualdades que arrecia sobre los barrios populares de Barcelona, especialmente en este distrito al norte de la ciudad, bajo la campaña “No és pobresa, és injusticia”. Es precisamente aquí, más concretamente en el noreste, donde se agrupan los barrios con mayores índices de pobreza, conjuntamente con La Marina, en la periferia contraria de la capital catalana. Si miramos el ranking de barrios siguiendo la distribución de la renta familiar disponible, son precisamente Ciutat Meridiana, las dos Trinitats, Roquetes, Torre Baró, el Besós, La Marina o Verdún los que se sitúan en los últimos puestos con poco más del 40% de la renta media de la ciudad. Es decir, que por cada 100 euros que obtiene el vecino o la vecina media barcelonesa, lo normal es que en estos barrios se disponga de 40. Al mismo tiempo, lo habitual en Pedralbes, el barrio mejor situado, es que se superen los 250€.

Si bien, durante el último año, se han igualado ciertas distancias, sobre todo en las franjas medias, los barrios más ricos y los más pobres se encuentran más distanciados que nunca durante las últimas décadas. Según el Informe del Estado de la Ciudad de 2016, durante los años más recientes se ha logrado recuperar el nivel de ocupación anterior al comienzo de la crisis en un 70% pero, al mismo tiempo, el último Informe sobre la Renta Familiar de Barcelona, muestra cómo, desde 2010, los salarios reales se han devaluado en más de un 5,7% (más de 2.000€) respecto del salario nominal, aquel que no tiene en cuenta el efecto de la subida de precios. A pesar de haber más gente ocupada, la disponibilidad de renta se ha reducido sustancialmente, repercutiendo especialmente entre las profesiones de poca cualificación. De esta manera, mientras las rentas medias en 2007 representaban el 60% de la población, en 2015 apenas superaron el 44%, al mismo tiempo que las rentas bajas han pasado del 21,7% al 40%.

Los barrios de La Marina, Ciutat Meridiana y Trinitat Vella quintuplican los niveles de paro de Pedralbes, Sarrià o Vallvidriera y les Planes que apenas superan el 3%. Pero, además, mientras la renta per cápita anual en el distrito de Sarrià Sant-Gervasi supera los 37.000€, en Nou Barris apenas llega a los 10.500€. En cuatro años, el precio de alquiler de la vivienda ha subido más de un 27% pero, al mismo tiempo que en Sarrià o les Corts, apenas representa el 5% de la renta, en Prosperitat o en la Guineueta puede superar el 40%. Es decir, que en los barrios más depauperados se dedica cerca de la mitad de los recursos disponibles a cosetear el techo bajo el que vivir. El problema de la desigualdad no es ya la diferencia en el dinero que se disponga. Supone, además, que los recursos más básicos no sean ningún problema para unos, mientras para otros represente el peor de ellos. Se convierte, por tanto en un problema de derechos.

Al parar la vista sobre eso que tradicionalmente acostumbramos a llamar “periferia”, cuando hablamos de los barrios del Besós, por ejemplo, o cuando miramos hacia las características urbanas de los municipios del Llobregat, enseguida nos llaman la atención las marcadas diferencias respecto de los barrios altos, l’Eixample o la turistificada Ciutat Vella. La mayoría de sus edificaciones arrancan a partir de una época determinada: los años sesenta. Época de expansión industrial en la ciudad que absorvió una buena parte de la mano de obra llegada de diferentes puntos de la geografía catalana y española, fundamentalmente. Los polígonos barriales o los planes urbanos de grandes bloques residenciales densificaron, sobre todo, estos lares periféricos respecto de la Barcelona de Cerdà, convirtiéndose en la principal semilla de la distribución geográfica de las desigualdades en Barcelona.

Tras algunas décadas de expansión, bajo un modelo de vivienda social basado en la propiedad y que dejaba en segundo plano los espacios colectivos, equipamientos y las iniciativas residenciales cooperativistas, la década de los ochenta impulsó el desmantelamiento industrial barcelonés y la tercialización de su economía. Si antes de los noventa, la industria representaba más de la mitad de la ocupación de las personas residentes del área metropolitana de la ciudad, esa cifa decrece hasta pasar a ser un sector ocupacional marginal, empleando a menos del 3% de la población con trabajo. La tercialización, además ha venido acompañada por una sustanciosa reducción de derechos laborales y condiciones salariales. Los servicios son, al fin y al cabo, el sector con menor sindicación y mayor eventualidad.

La concentración de la pobreza, por tanto, tiene unas raíces históricas radicadas en grandes planificaciones políticas que convirtieron la ciudad, primero, en un universo polarizado de discontinuidades urbanas repleto de concentraciones en un sentido de clase y, después, en una marca que, a la par que genera servicios, precariza las condiciones de vida de las mayorías, generando una auténtica diáspora vecinal acelerada. Décadas de intervenciones especulativas de todo tipo persiguiendo, fundamentalmente, la generación de plusvalías, dan como resultado un escenario urbano que ha disparado las diferencias entre barrios. Nunca antes, analizando los años post-Transición, Ciutat Meridiana ha estado tan lejos de Pedralbes como hoy en día.

A pesar de que el Ajuntament de Barcelona sea el que más ha invertido en servicios sociales en España durante el último año, el problema de la desigualdad barcelonesa tiene unas raíces muy profundas en un modelo de ciudad marcado por una lógica especulativa que viene de lejos y deja poco espacio para la gestión comunitaria. Para que habitar Barcelona pueda ser, de una vez por todas, un derecho vecinal, es necesaria, además de decisión insitucional, la auto-organización ciudadana en la generación de modelos alternativos y colonización del espacio hegemonizado por la mercantilización, además de la politización de la extendida precariedad laboral. Para poder habitar nuestra ciudad, hagámosla desde la vecindad, partiendo de esas posiciones más bien desinteresadas que ordenarían odesordenarían lo urbano buscando el bien común, hablando sobre él, discutiendo si es preciso. Una calle, una plaza, una rambla y hasta una escuela serán siempre nuestras si nos nos animamos y nos ayudamos a decidir sobre ellas.