Tanto como han luchado Ada Colau y su camada para acabar con el turismo de pijos y cruceros, ahora que ya han conseguido llenar Barcelona de turistas de baja categoría y alta borrachera, va el pueblo llano de la Barceloneta y se rebota contra la grandísima lideresa y sus ellas. Como el desorden, la suciedad, la inseguridad, los ruidos y las molestias cansan, la plebe ha formado patrullas vecinales para frenar a los/as incívicas/os. Si serán fascistas, que, de momento, lo hacen con educación, arrojándoles agua para lavarlas/os y abucheando a las que orinan en la calle.

Si será inculto tal populacho, que no entiende el arte postpornográfico y progresista que practica y predica Águeda Bañón, jefa de comunicación del Ayuntamiento. Formada como Colau y otras eminencias en el turbio observatorio plagado de urbanistas, economistas, picapleitos y asesorías de la Cuba castrista y otros paraísos sudamericanos a los que viajaron gratis o cobrando, Bañón se hizo célebre por vaciar la vejiga en las calles de Berlín y subirlo a las redes. Es su método de adoctrinar y entrenar a quienes tengan pequeñas pérdidas para que ahorren papel higiénico antes de que llegue el desabastecimiento. Mientras, Ciutat Vella, el Born y la Barceloneta se parecen más y más a lo peor de lo peor de la Habana y el malecón de sus admirados comandantes y cabos chusqueros feministas, defensores de los derechos LGTBI y de todas las libertades.

Ansiosas por compartir la histórica altura del Che Guevara, el selecto club municipal del macramé ideológico carga contra quienes las critican, les silencian en las redes y los fichan como mercenarios pagados por el contubernio capitalista y elitista para subvertir el orden de las comunas. Otro ejemplo de que la gente de barrio ni entiende ni agradece su ética ni su estética es un nuevo objeto no identificado que llaman escultura y ha costado 70.000 euros. Se trata de otra cagarruta de acero inoxidable que no se distingue bien si es una vivienda social para las ratas del concejal Eloi Badía y de su torva camarada Lucía Martín, o un contenedor más inteligente para controlar la proliferación de animalitos hambrientos y a la ciudadanía de Sant Andreu que no sabe tirar las basuras dónde, cómo y cuándo ordena, manda, vigila y amenaza el sanedrín municipal.

Un sanedrín recién reforzado por un llamado becario que es un insulto intelectual y económico para los auténticos becarios. Personajillos/as como la funesta exregidora Gala Pin y el sabihondo concejal Jordi Rabassa acusan de ello a la prensa elitista. Sin novedad en el frente de las comunas, la culpa siempre es de todo el mundo y de Estados Unidos menos de Colau, ¡Sí, Colau!, ¡Oh, Colau! Pero aquel mayo del 68 la cosa comenzó en un barrio de París, se fueron sumando otros y ya se sabe lo que pasó. En la Habana empezó por un barrio, se van añadiendo más y ya se ve lo que pasa. En Barcelona ya son cuatro barrios, por lo menos, y casi se ve lo que puede ocurrirle a Colau, ¡Ay, ay, ay…Colau!