El aeropuerto de El Prat es estos días objeto de debate por dos motivos: la propuesta de Ada Colau de eliminar del mismo los vuelos con trayectos por debajo de los mil kilómetros y la posible ampliación de la tercera pista. Lo primero busca reducir las emisiones contaminantes que producen los aviones; lo segundo persigue ampliar la capacidad operativa de las instalaciones. El límite son ahora los 55 millones anuales y el pasado año ya se superaron los 50 millones. O sea que está cerca del límite.

Hay quien dice que la supresión de los vuelos cortos propuesta por el Ayuntamiento de Barcelona haría innecesaria una ampliación de la pista. Puede que sí, pero no es seguro que fuera un buen negocio desde la perspectiva aeroportuaria. En Cataluña, tanto políticos como empresarios han defendido siempre la necesidad de un aeropuerto internacional que enlace Barcelona con el mundo. Ahora bien, la masa crítica de Cataluña (sin vuelos cortos) quedaría en nada. Todo el resto de España está más cerca de Madrid que de Barcelona, de modo que las compañías que operan grandes aviones internacionales tendrían motivos más que sobrados para optar por Barajas.

Hoy por hoy, Cádiz o La Coruña pueden plantearse volar a Barcelona y transbordar a un vuelo a Asia o África, incluso a un vuelo transoceánico. Si tuvieran que ir a El Prat en tren, optarían por Madrid, de modo que si Barcelona deja de tener vuelos cortos que alimenten a los internacionales, su futuro queda muy en entredicho. Nada que objetar si es eso lo que se persigue, pero sería grave que buscando otra cosa se consiguiera hundir uno de los cordones umbilicales que dan vida a la economía empresarial y turística barcelonesa y catalana.

La prolongación de la tercera pista es un asunto directamente vinculado al modelo de aeropuerto que se busque. Si se trata de un aeropuerto para ir a Mallorca y moverse por el Mediterráneo y Europa, no hace falta más. Si se busca un aeropuerto conectado con China, Japón y todo el continente americano, quizás fuera bueno, cuando menos, analizar sus posibilidades.

Ya fue materia debatida cuando se hizo la ampliación. La longitud de la tercera pista quedó entonces limitada porque no se quería afectar a las lagunas de La Ricarda y Remolar. Los ecologistas adujeron motivos medioambientales. Y ganaron la partida. Hubo propuestas estrambóticas. Una diputada verde, metida con calzador en las listas de ICV, llegó a proponer que se hiciera una pista curva. Eran los tiempos en los que un tal Rafael Ribó se esforzaba por hundir lo que quedara del PSUC, pactando con todo lo que sonara a posmoderno: ecologistas, feministas y hasta mediopensionistas. Cualquier cosa, menos lo que oliera sólo a izquierda. Incluso logró que los más izquierdistas crearan EUiA y se fueran, por la vía de amargarles la vida. Ya se ha visto que la derecha le ha pagado y bien el trabajo sucio llevado a cabo.

En aquellos momentos, técnicos de Fomento sugirieron que se podía afectar a las lagunas de El Prat y compensarlo potenciando los humedales de la desembocadura del Tordera como punto alternativo para los movimientos de las aves entre Europa y África. Nadie les hizo caso, aunque diversos estudios avalaban esa posibilidad y la consideraban seriamente.

El caso es que la herida se cerró en falso: la tercera pista se hizo corta y, apenas 20 años después, ha empezado ya a mostrar sus insuficiencias y se busca un modo de ampliarla. Hay quien sugiere que se potencien los aeropuertos de Girona o Reus, perdida definitivamente la posibilidad diseñada hace años por el Ministerio de hacer uno nuevo en el Penedès. Pere Macias ya defendió en su día que Cataluña debía ser una plataforma aeroportuaria con los tres aeropuertos interconectados por tren. Pero habría que ver los estudios de operatividad. De momento lo único que se pone sobre la mesa son grandes ideas, pero los ingenieros, en estos casos, prefieren discutir con números y esos no los muestra nadie.