Estos últimos días he acudido, primero a la presentación de un libro y después a una exposición de pintura que, a primera vista, no tenían nada en común y que en ningún modo hubiera creído que dan para un mismo artículo. Sin embargo, mi sorpresa fue constatar las muchas conexiones que se podían establecer.

El libro es un magnífico ensayo escrito por Francesc Sáinz Bermejo, psicoanalista y profesor de la Universidad de Barcelona y la Ramón Llull, titulado Winnicott y la perspectiva relacional en el Psicoanálisis.

Winnictott, como se dice en el libro, fue un precursor de un pensamiento libre y creativo dentro del psicoanálisis, partidario, entre muchas otras cosas, de construir puentes con otras muchas otras disciplinas que se ocupan y preocupan por el ser humano.

Durante mi etapa de formación como psicoterapeuta psicoanalítico, realicé varios seminarios con el profesor Sáinz, gracias al cual descubrí la obra de este pediatra, psicoanalista y humanista inglés tan singular que fue Winnicott. Sus teorías sobre el juego me fascinaron y su posicionamiento dentro de la escuela psicoanalítica, más todavía. Mientras otros psicoanalistas trataban de ser la auténtica voz de la ortodoxia psicoanalítica, los verdaderos continuadores de la obra de Freud, Winnicott, abría nuevos campos de comprensión, invitando a los terapeutas, no tanto a vencer las defensas de sus pacientes como a descubrir su espontaneidad y su capacidad creativa. La misión de un psicoterapeuta, decía Winnicott, es la de llevar al paciente de un estado en que le resulta difícil jugar a otro en el que sea capaz de hacerlo. La continuidad natural del espacio que el juego ocupa para el niño es el interés por la cultura, el arte y el conocimiento en general para el adulto.

Un niño incapaz de embelesarse con el juego, sin el suficiente tiempo y espacio para inventar mundos paralelos que le permitan combatir el tedioso mundo de las rutinas y las obligaciones, será un adulto sin imaginación, sin sentido del humor. El juego y la cultura ocupan un espacio potencial (transicional si usamos la terminología de Winnicott) entre la realidad interna y la externa de los individuos. Crean nuevas realidades y abran nuevos espacios de comprensión.

Winnicott mantiene un diálogo constante con la antigua ortodoxia psicoanalítica para trascenderla y crea un lenguaje nuevo y sugerente cuyo objetivo principal es favorecer la libertad del individuo.

Cuando acudí a ver la extraordinaria exposición Picasso. Retratos, organizada por el Museo Picasso de Barcelona conjuntamente con la National Portrait Gallery de Londres, rápidamente percibí la gran capacidad que Picasso, como Winnicott, tiene para el juego, para dialogar y reinterpretar las obras de grandes maestros que le precedieron como el Greco o Velázquez.

La muestra es un paseo por la vida de este gran retratista y caricaturista que fue también fue Picasso. En ella encontramos retratos y caricaturas de familiares, amigos y amantes que le rodearon desde prácticamente sus inicios como pintor hasta el año 1970; cubriendo así prácticamente toda su vida artística, hecho que nos permite hacernos una idea bastante exacta del rico y complejo universo estético que creó.

Delante de muchas de estas pinturas me fue imposible no pensar en su envidiable libertad y su gran capacidad para el juego. Un artista sublime capaz de mantener un diálogo en ocasiones tenso, en otras falsamente ingenuo e infantil y siempre original y novedoso, tanto con su tiempo como con los grandes maestros que le precedieron.

Winnicott y Picasso, dos personalidades brillantes y originales que supieron dialogar con su tiempo, con sus maestros y que nos han legado una obra imperecedera, cuyo valor primordial es demostrar, como decía Nietzsche, que la madurez del hombre consiste en volver a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era un niño.

El libro de Francesc Sáinz ya está en las librerías y la exposición de Picasso la podrán disfrutar en el Museo Picasso hasta el 25 de junio del 2017