El otro día, una amiga me pidió que dijera alguna cosa sobre la educación. Discutíamos sobre los planes de tal o cual gobierno sobre el regreso a las escuelas y nuestras conclusiones eran descorazonadoras. Se abren antes los bares que las escuelas y se cierran antes los cines que los burdeles, y así no vamos bien. Queda constancia de que, se haga lo que se haga a partir de ahora, se ha hecho tarde y mal. Porque ¡mira que han tenido tiempo para pensar y organizarse! ¡Mira cuánto falta para que comience el curso y qué perdidos andan todos!

Antes de proseguir, manifestaré que me gustaría que hubiera una educación universal, obligatoria, gratuita y laica. Creo que la escuela pública (y también las escuelas profesionales o la universidad, la educación en general) tendría que ser la institución en el que se dan alas a la razón y al espíritu crítico, que nos permiten vivir con justicia en libertad y aspirar a la igualdad de derechos y oportunidades; es la institución que forja la fraternidad entre los ciudadanos, pues es en su seno donde éstos se forman e instruyen, y porque la fraternidad la hace posible. Naturalmente, eso se da por supuesto, tiene que transmitir el conocimiento y el hábito de aprender, el feo vicio de pensar con rectitud y lo que significa ser miembro de una sociedad que ha elegido vivir en un Estado social y de derecho.

En fin, que no quede por pedir.

Por supuesto, nuestro sistema educativo sigue alejado de estos principios que, en mi modesto parecer, tendrían que ser los principios de todos, de las gentes de izquierdas, de derechas, de centro, de arriba o de abajo. En eso tendría que existir un acuerdo de Estado, una unidad de criterio cívico y social. Pero ¿cuántas leyes de educación llevamos? ¿Ven ustedes en el actual sistema una verdadera igualdad de oportunidades entre los alumnos que provienen de familias con rentas bajas y los que pueden permitirse pagar una escuela privada o concertada? Yo no.

Además, lo otro. Véase la señora Paluzié, afirmando en público, así, sin vergüenza alguna, que no puede ser que las personas que ocupan el rectorado de la Universidad de Barcelona, elegido democráticamente, sostenga unas opiniones que no son las suyas, que eso se ha de acabar, en el más puro estilo del Discurso del Rectorado de Heidegger, con sus mismas intenciones y bases teóricas. Pocas voces veo que se alcen contra esta actitud tan poco democrática, qué quieren que les diga. Me avergüenzo de ello.

Pero ¿por qué hablas de la educación? En boca de todos está la marcha de Messi, gran tragedia nacional. Hasta el presidente Torra ha tuiteado una felación en toda regla, agradeciendo lo mucho que ha hecho el personaje por Cataluña. Por supuesto, no podía faltar la señora Colau, que se suma a un bombardeo, para asegurar que le da mucha pena y que espera que el Barça supere esta crisis, etcétera. Y yo, patidifuso.

Porque el futbolista se llevaba, brutos al año, entre 100 y 120 millones de euros (la cifra exacta es un misterio), más otros ingresos. O sea, unos 18.000 millones de las antiguas pesetas. Seguro, seguro, me jugaría lo que quieran, a que no paga tantos impuestos como usted o como yo, y recuerdo que Hacienda ya lo pilló una vez levantando más de 15 millones de euros en un pispás. Este personaje se ha llevado a casa, en neto, a lo largo de su carrera, no menos de 40.000 millones de las antiguas pesetas y qué agradecidos estamos todos por sus enormes sacrificios y tal y cual, Pascual. ¡A la mierda!

La misma sociedad que besa el culo a un multimillonario que presume de no haber leído nunca un libro (sic), encuentra la mar de bien que no se gaste el dinero en becas-comedor para los niños en riesgo de pobreza extrema durante el verano o aplaude a un gobierno que hasta ahora mismo, a finales de agosto, no se pregunta qué vamos a hacer con los colegios, que va a empezar el curso y nadie ha pensado nada todavía. ¡Improvisemos! Luego ya buscaremos culpables. Poco importa que nuestra desidia se lleva a una generación por delante, porque una más ya no importa.

Si esta epidemia ha conseguido alguna cosa, esa cosa es poner sobre la mesa cuánto camino nos queda todavía por recorrer y cuánto hemos retrocedido los últimos años. Pero mejor hablar de Messi, ¿verdad?