Recuerdo todavía cuando el edificio de la Pedrera era simplemente feo y sucio, el anuncio de un dentista colgando de uno de sus balcones y el absoluto estado de dejadez del conjunto. En más de una ocasión escuché a personas cultas y educadas preguntarse cómo todavía no habían echado abajo aquella porquería, y digo porquería por no faltar. ¡Cuántas veces estuvo a punto Núñez y Navarro de hacerse con ese chaflán! Luego vinieron los japoneses y la fiebre por Gaudí. Hoy, la Pedrera es un edificio emblemático siempre rodeado de turistas.

La Pedrera, apelativo en origen nada cariñoso para la casa Milà, es la mejor obra arquitectónica de Gaudí, junto con la pequeña escuela que improvisó para los trabajadores de la Sagrada Família. Escuela que, por cierto, se salvó de milagro de la piqueta. No podemos decir lo mismo de tantas y tantas obras de importancia de Barcelona. Iglesias, teatros, quioscos, edificios de viviendas modernistas, casitas de barrios populares, torres de veraneo, fuentes, esculturas, comercios… La Barcelona que ya no existe es un no parar que provoca que uno se lleve las manos a la cabeza una vez sí y otra también. ¡¿Cómo pudimos echar abajo tal o cual edificio?!

Inasequible al desaliento, el Ayuntamiento de Barcelona continúa con la ingente labor de proseguir con el destrozo cuando no mira hacia otro lado. En este último año lleva una buena racha de desmanes en su haber, sea por acción directa, sea por omisión. En más de una ocasión, pese a la oposición o las advertencias de los vecinos. Uno no esperaría menos de un alcalde convergente, o como se llame ahora, que, comisión mediante, hace la vista gorda. Pero cuando el timón lo lleva una alcaldesa que se ha vendido como adalid de la virtud, la asamblea y la democracia participativa… Ustedes mismos.

La última ha sido la tala de algunos árboles en el barrio de Sant Andreu del Palomar porque no permitían que los camiones de la basura doblaran las esquinas. Un brillante planificador destinó al asunto del puerta a puerta unos camiones demasiado grandes. Una muestra más del poco tino, el desacierto y la improvisación del puerta a puerta, y una gota más que colma la paciencia de los vecinos del barrio, que ya están hasta los mismísimos del Ayuntamiento.

No ha sido la primera vez en los últimos meses que han talado árboles en Sant Andreu por razones peregrinas, pero no nos olvidemos de algunas otras actuaciones de la piqueta en el barrio. Los vecinos temen que la plaza del Comerç quede reducida a un lugar gris, miran con recelo las actuaciones en la calle Gran, recuerdan los derribos del Casinet o del cine Atlàntida, hace poco han visto con dolor el daño hecho sobre la Farmacia Franquesa y temen que pronto caiga Can Ricart.

Hace nada han echado abajo, en el Putxet, la torre Paula Canalejo, popularmente conocida como la Torreta, en la calle Homer, 27. Era una obra modernista de Ruiz i Casamitjana y se la han cargado. ¡No estaba protegida! Pero, ¡¿cómo es posible?! También descubrimos que han destrozado una parte considerable del antiguo Camí de València, en la vecindad de la Satàlia, en el Poble-sec. Ese pedacito de historia, ese camino medieval de origen romano, había resistido qué sé yo, entre guerras y pogromos, pero ahora cae ante un bloque de pisos y no había nadie del Ayuntamiento atento al caso. Ante la denuncia de los vecinos, ahora dicen que la reconstruirán "con las piedras originales", y yo que me lo creo. El daño está hecho, señores.

Las casitas del Trinxant, al comienzo de la Meridiana, son de 1870 y las quieren echar abajo porque nadie se ha tomado la molestia de preguntarse si no podrían tener otro uso. Resultaría fácil adaptarlas a cualquier tipo de equipamiento municipal, si vamos a ello. Pocos vestigios quedan en ese barrio de la arquitectura popular de hace siglo y medio. ¿Cuánto tiempo permanecerán a salvo de la piqueta? Hagan sus apuestas.

El etcétera es largo. No parece que les importe el patrimonio, esa cosa. Tampoco la opinión o la voluntad de los vecinos. La desidia es completa. No se actualiza el catálogo del patrimonio barcelonés desde 1987 y más tiempo lleva sin actualizarse el catalán. Pero es que los edificios del parque de la Ciutadella se caen a trozos, y ésos sí que están catalogados.