Paso con frecuencia junto al bloque de apartamentos de súper lujo de la empresa hotelera Mandarin que está prácticamente en la esquina del Paseo de Gràcia con Diagonal, generalmente de camino hacia uno de mis restaurantes japoneses favoritos de la ciudad, situado en los Jardinets de Gracia (un enclave que, afortunadamente para mí, no acaba de ser Gràcia, pues, como buen habitante del Eixample, siempre me pierdo en ese barrio con ínfulas de pueblo). Y siempre pienso lo mismo: ¿qué lógica tuvo la decisión de Ada Colau de prohibir la construcción de un hotel para millonarios por unos apartamentos también para millonarios? Ya sé que pedirle algo de lógica a los comunes es una pérdida de tiempo, ya que ellos saben mejor que nadie qué es lo que le conviene a la ciudad, pero sigue pareciéndome una de las decisiones más absurdas del actual equipo municipal.

Un hotel habría dado trabajo a un montón de gente y habría aportado dinero a Barcelona. Si a Ada le parecía mal la proliferación de sitios para el disfrute de los millonetis internacionales, ¿no se le podría haber ocurrido algo mejor que un bloque de apartamentos para esos mismos millonetis? Ya sé que la zona se presta poco a la vivienda social, pues se supone que es una zona para ricos que ejerce como de frontera para los que viven por debajo de la Diagonal, pero eliminar un hotel para construir pisos de súper lujo no sé si era la mejor solución. Sobre todo, porque, como ha publicado este diario, la venta de los apartamentos funciona con cuentagotas y sigue habiendo un montón de viviendas desocupadas. ¿Realmente creía Ada que iba a haber bofetadas entre la elite global para hacerse con el ático, que cuesta la friolera de casi 40 millones de euros? ¿Realmente creía que Barcelona podía competir en igualdad de condiciones con Londres, París o Nueva York?

Barcelona ha seguido el destino de esas tres ciudades, pero sin darnos a cambio lo que ellas nos dan. Nos pongamos como nos pongamos, seguimos siendo un sitio de sol, playa, sangría y paellas, una mezcla imposible de Manhattan y Lloret de Mar. Los millonarios globales que invierten en apartamentos en Londres o Nueva York difícilmente picarán con la oferta barcelonesa, ni para invertir ni para especular. Ya sé que nos vinimos arriba cuando las olimpiadas del 92, pero creo que ha pasado el tiempo suficiente para llegar a la conclusión de que no jugamos en la misma liga que los neoyorquinos. Una vez asumida tan triste evidencia, la erección de un hotel de lujo era una alternativa muy razonable a unos apartamentos que cuesta Dios y ayuda vender. Pero no, a Ada se le metió en la cabeza que lo del hotel era una concesión intolerable al capitalismo y optó por cazar capitalistas de uno en uno, con los resultados que ahora estamos viendo. Que mucha gente con pasta quiera pasar unos días en nuestra querida ciudad no significa que quieran pagar 40 millones por instalarse en ella una parte del año.

El hotel habría sido una alternativa razonable para una ciudad de provincias un pelín decadente como la nuestra. Y habría dado trabajo a una serie de gente que igual sigue, a día de hoy, buscándose la vida. Lo que los franceses definen, algo groseramente, como peter au dessus de son cul es una de las especialidades de esta ciudad. En vez de hoteles para ricos, apartamentos para una elite internacional que no tiene la menor intención de comprarlos. Y, mientras tanto, por debajo de la Diagonal, los sufridos habitantes del Eixample, ya podemos prepararnos para esa fantástica super illa con la que nos amenaza el ayuntamiento y que va a convertir mi barrio en un sindiós durante unos cuantos años. Por nuestro propio bien, claro. Como lo de los apartamentos de super luxury. Como todo lo que les pasa por su privilegiada mollera a los comunes.

Librarse de ellos en las próximas elecciones empieza a ser una necesidad moral.