Clic: me gusta. Clic: me gusta. Clic: ya no me gusta.

Escuché hace un par de días a un supuesto cómico televisivo mientras intentaba hacer reír a su público con comentarios sobre las redes sociales. En un momento dijo algo así: "¿Que ya no te gusta? Pues lo bloqueas y ya está, que para eso están las redes sociales".

Y ya está. ¿Ya está qué? Ya está roto el vínculo, si es que lo había. O al menos, estropeado acaso de manera irremediable.

Clic: te pongo un corazoncito para no tener que decirte nada, para no tener que pensar, para dejar de lado —qué pereza— el tenerte en cuenta, el darte estatuto de existencia, el concebirte en mí como un otro pensante, deseante.

Redes sociales. Paradojas del lenguaje, son artilugios que están transformando la socialidad, desviándola quizás de forma ineluctable, desde allí donde se construía el encuentro hasta un agujero en el que la posibilidad de un encuentro opera casi como una amenaza. Porque abre la vía a otra posibilidad: la del desencuentro.

Clic. Clic. Clic… ¿…? ¿Sigues ahí? Cuando estoy en presencia del otro no puedo desactivarlo pasando el índice sobre la pantalla del móvil. ¡Vaya timo! No me habían dicho que el amor requiere de tanto trabajo. ¿Y ahora qué le digo?

¿Para qué amar, si es tan laborioso y puede resultar amargo, frustrante, cuando la cosa no funciona? Es posible que esta pregunta brote en alguna meninge de las que nos atontamos ante las pantallitas sociales, pero es improbable que sean muchas las que persigan esa huella por la curiosidad de averiguar algo más. Sobre todo si ese algo más puede resultar desagradable.

Estamos en el momento del amar porque: porque la normalidad me dice que es lo que toca, porque sería una satisfacción para mi mamá el que yo tuviera una pareja, porque así veré reforzada mi autoestima, porque me dará una razón de ser ante mi círculo social, porque así estaré adaptada al modelo que me bombardean los mensajes del mercado turbocapitalista. Más aún: porque sí (al carajo los motivos).

Las respuestas pueden ser otras cuando variamos la preposición en el interrogante: para qué amar. Entonces, como en un abracadabra, aparece el otro, estoy obligada a pensarlo, a otorgarle jerarquía de existencia, ya no seré capaz de seguir ignorando que es un ser humano y no sólo esa imagen capturada en píxeles, que puedo dejar de ver con un único clic que lo bloquee. Amar implica conocer, requiere de una investigación sobre ese otro que necesariamente será diferente (¡cuidado con las fantasías de igualdad en los vínculos!), y entonces, cuando emerjan tales diferencias, empezará la prueba del amor. ¿Seré capaz de amarlo, aun cuando no es como yo lo imaginaba, lo alucinaba, como yo querría que fuese? Amar para dar y para darse. ¿Tienes algo que ofrecer? Clic.