Me había hecho el propósito de hablarles del Taller Masriera. Es un edificio que los hermanos Masriera encargaron al arquitecto José Vilaseca, que levantó a imitación de un templo romano, como el dedicado a Augusto, del que apenas quedan algunas columnas, que pueden verse al lado del Centre Excursionista de Catalunya. Lo levantaron en 1882 y las primeras fotografías del edificio muestran un descampado con un templo romano justo en medio; el Eixample apenas se había comenzado a edificar. El hijo de Francisco Masriera, Luis, heredó la finca y añadió dos naves laterales, en 1913, que, en mi modesta opinión, afearon la propuesta arquitectónica. En 1932, inauguró el Teatro Studium, construido en el interior del taller. Después de la Guerra Civil, se instalaron en el templo pagano las monjitas de la Pequeña Compañía del Corazón Eucarístico de Jesús, que lo cedieron a la Fundación Pere Relats en 2009.

En 2015, un grupo inversor compró el edificio para cederlo al Ayuntamiento de Barcelona a cambio de permisos urbanísticos, pensando en ese hotel que querían abrir en el edificio del Deutsche Bank, en la Diagonal. El Ayuntamiento se planteó recuperar el edificio para usos culturales. Pero, una vez más, la cultura perdió la batalla. El edificio del Deutsche Bank no será un hotel, sino un edificio de apartamentos de lujo, y el Taller Masriera yace en la calle Bailén sucio y abandonado, sin que a nadie le preocupe.

Quería hablar de eso, ya les digo, y, ya puestos, reflexionar alrededor del sempiterno maltrato que recibe la cultura de mano de nuestros líderes patrios. Como ya saben, Barcelona había sido faro de la industria editorial, zoco de ideas, patria de poetas, morada de pintores, ejemplo de convivencia de las artes y las ciencias y, gracias a décadas de ímprobos esfuerzos de nuestros patrios líderes e insignes munícipes, es hoy triste y provinciana sede de correveidiles de cortas miras, serviles mercenarios y pocas letras.

Pero la actualidad me tiene ojeriza y me echa en cara cosas ante las que cuesta callar. La última, de lo más reciente, que los alumnos de ESO en adelante tendrán que meterse ellos mismos un palito en las narices y recoger la muestra necesaria para una prueba PCR si hubiera menester hacerla. Las muestras así obtenidas serían recogidas por los profesores y enviadas al laboratorio. Se duda de inmediato sobre la seguridad e higiene de la muestra y se pregunta de quién ha sido la peregrina idea, ante la que ya protestan los sindicatos de profesores, como es natural, que bastante tienen con lo puesto. La excusa del Departament de Salut es, ¡atención!, que no tienen personal sanitario suficiente como para hacer las pruebas y recoger las muestras. Porque, esto lo digo yo, se supone que colará que no han tenido tiempo para prepararse ante esta necesidad. ¡Qué vergüenza! ¿O no se lo parece?

Es que tenemos material de sobra para indignarnos.

En primer lugar, porque supongo que podrían recurrir a algunas agencias de salud públicas, como las propias del Departament de Salut o las de ayuntamientos de grandes poblaciones, como el de Barcelona. Es evidente que también podrían movilizar, aunque no muestran interés en hacerlo, los recursos de la sanidad privada o concertada. O contratar personal sanitario para la ocasión, caramba. ¡Anda que no han tenido tiempo para prepararse! Que todo esto ya se sabía que iba a pasar antes del verano.

En segundo lugar, porque recordamos ese 27% de recortes en sanidad pública entre 2009 y 2019, al que sumar las grabaciones de Madí, Vendrell y compañía que han publicado los medios en las que comerciaban y traficaban con la vida de los ancianos en las residencias y las pruebas diagnósticas, comisión mediante, que no falte. Porque allá extienden las banderas y bajo su sombra se cobijan parásitos, ratas y carroñeros, no falla nunca.

¿Qué hace la oposición ante todo esto? Más concretamente, ¿qué hacen nuestras izquierdas? De verdad que quisiera hablarles del Taller Masriera, pero la miseria moral de nuestros líderes patrios me agobia.