Oriol Bohigas ha sido probablemente la persona que mayor influencia ha tenido en la transformación contemporánea de Barcelona y en la definición de la ciudad como una referencia urbana y cultural de nivel mundial. Su muerte invita a contrastar la Barcelona culta, educada, institucional, cosmopolita, acogedora y respetuosa con la deriva populista, el tacticismo, los malos modales, la tentación sectaria y la improvisación que caracterizan la gestión de los comunes en el gobierno de la ciudad.

El culto a la educación, un signo de su talante noucentista, lo aplicaba también a su profesión de arquitecto y gustaba de calificar de edificio bien educado aquel que respetaba sus construcciones vecinas, especialmente si tenían una determinada ambición y representatividad. Recuerdo habérselo oído con referencia a la casa construida al lado del Palau del Bisbe, en la Plaça Nova. O en su campaña contra la entrega de la Casa Batlló al edificio contiguo de una manera descuidada en contraste con una ejemplar manzana de la discordia.

En el impulso de los cambios urbanísticos en Barcelona es muy significativo del planteamiento de Bohigas su foco en el proyecto como superador del plan. Era una idea basada en la convicción de que la ciudad ya estaba prácticamente hecha y de que lo que necesitaba era una apuesta por la calidad de sus piezas y evitar, consecuentemente, la tentación de recurrir a grandes planes que acabaran acarreando la destrucción de valiosos elementos urbanos. En definitiva, la primacía del proyecto y la confianza en la metástasis positiva que las intervenciones de calidad generarían.

Uno de los ejemplos más espectaculares de la propuesta fue la reforma de la Vía Júlia, una intervención radical dirigida a suavizar sustancialmente la imposible realidad de una calle desequilibrada longitudinal y transversalmente.

Muy simplificadamente, el foco en el proyecto sugería un reequilibrio en la posición relativa de ingenieros y arquitectos. Estos tenían que marcar el rumbo de la transformación de la ciudad y para ello era necesario incorporar a la máquina municipal los mejores arquitectos de la generación que estaba saliendo de la Escuela, los famosos “lápices de oro”, un equipo integrado en la administración municipal que impulsaría la eclosión de profesionales excepcionales como Joan Busquets y Josep Anton Acebillo para citar únicamente a dos de los que mantuvieron por más tiempo responsabilidades municipales.

Incluso esta diferencia entre los puntos de vista profesionales de ingenieros y arquitectos se gestionó de la manera civilizada propia de un gobierno municipal que buscaba la construcción y mantenimiento de un consenso lo más amplio posible. En este frente concreto, la confluencia entre ingenieros y arquitectos se gestó en un fin de semana de octubre de 1984 que concluyó con el Pacte de Sarrià, un acuerdo que permitía la conversión de una vía rápida de circunvalación en unas rondas funcionales y respetuosas, integradas en el tejido urbano que incluso mejorarían en zonas particularmente maltratadas como Nou Barris.

El diseño de las nuevas rondas es una excelente metáfora de un método y un estilo que procuraba armonizar los cambios con la atención a las reclamaciones ciudadanas y, sobre todo, con el reconocimiento de las realidades y las constantes de la historia de la ciudad.

Las contribuciones de Bohigas a la afirmación de una nueva ciudad son incontables. Más allá de la apertura al mar que unía una reivindicación histórica al proyecto olímpico,  es inevitable mencionar propuestas potentes como la monumentalización de la periferia, la exigencia de calidad en el mobiliario urbano, el urbanismo de zurcidora, el esponjamiento de Ciutat Vella, el sugestivo programa Del Liceu al Seminari, el diseño de la Vila Olímpica, la defensa de las plazas urbanas frente a la tentación ruralista, la conexión con arquitectos extranjeros y acciones como la captación de destacados escultores que lideró Acebillo o la definición de unas áreas de nueva centralidad que impulsó Busquets. Sólo son ejemplos de una gestión que contó siempre con el apoyo que aseguraba el alcalde Maragall a los colaboradores que tenían ideas y personalidad.

Su nombramiento como concejal de Cultura fue una apuesta personal de Maragall, alcalde empeñado en construir un puente entre la tradición de poder municipal de la ciudad y las exigencias de un tiempo de cambio y transformación. Bohigas respondía a la doble exigencia. Y fue quizás en su faceta de responsable de Cultura donde evidenció con mayor claridad su capacidad como hombre de gobierno. Comprometido en su vocación noucentista de construir instituciones reaccionó con eficacia y rapidez ante la tragedia del incendio del Liceu. Su dimensión de gestor pragmático le condujo a seguir su intuición de renunciar a cualquier vía especulativa y apostar en las primeras veinticuatro horas por la reconstrucción inmediata del teatro sobre el mismo terreno, la misma tensión constructiva que en el impulso al Pacte de Sarrià.