Aunque su título original sea «La fuente» («Fountain»), todos sabrán por qué pregunta si pregunta por «El orinal» de Marcel Duchamp. Es reconocida como la primera gran obra del vanguardismo, pero no deja de ser un orinal. Lo tumbó, lo firmó con pseudónimo, dijo que cualquier cosa, cualquiera, puede ser arte si es vista en un contexto adecuado, insinuó que su «fuente» era una imagen del sexo femenino que era penetrada durante la micción, montó un escándalo de mil pares de narices y su obra duró en la exposición lo que un pastel en la puerta de un colegio, por ser considerada intolerable. Un éxito, vamos. A partir de ahí, la fama e imitación de su obra hasta la extenuación.

Hoy corren más de quince orinales de Duchamp por el mundo, porque el original se perdió y Duchamp, ya famoso, llegó a un acuerdo con su fontanero y firmó orinales a destajo para provecho y beneficio de su cuenta corriente. Todos y cada uno de los propietarios de uno de estos orinales dicen que el suyo es el auténtico, el bueno, mientras quien pretendió la revolución del arte acabó a los pies del ídolo que quiso derribar. Es la historia de siempre, para qué nos vamos a engañar.

Por lo tanto, de entrada, que un personaje haga pis en mitad de la calle podría ser considerado arte. El problema es que la escatología es un recurso muy gastado. Si no me creen, lean a Aristófanes y reirán, como yo, cuando Sócrates se tira un cuesco («Las nubes») o los atenienses van por ahí con la verga enhiesta («Lisístrata»). En general, lo de hacer pis en mitad de la calle suele considerarse una marranada pura y simple, a no ser que venga acompañada de grandes dosis de ingenio, oportunidad, mucho trabajo y una sólida justificación. De casi todo ello carecía la «performance» de una autodenominada artista que se hacía llamar «Miss Bragas», que se meó en la Gran Vía de Murcia y otro día se bajó los pantalones frente a la Puerta de Brandenburgo, en Berlín, aunque desconozco si allí llegó a miccionar efectivamente.

«Miss Bragas» se proclamaba discípula de la «teoría queer feminista post pornográfica», «post porno» para los amigos. Fundó GWLP («Girls Who Like Porno», porque en inglés mola más), un «colectivo» de presunta orientación feminista. En verdad, GWLP no era más que un «blog» escrito a cuatro manos, que pronto pasó a mejor vida. En suma, «Miss Bragas» tuvo que conformarse con ser una «activista y comunicadora social» que un día hizo pipí en la calle y su «post porno», un «movimiento alternativo» marginal, pretencioso y vano. De arte, nada.

Sin embargo, la fútil «performance» de la meadilla en la Gran Vía de Murcia alcanzó cierta fama cuando, en 2015, Ada Colau, anunció que Águeda Bañón sería la nueva coordinadora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona. ¿Y quién era Águeda Bañón? ¡«Miss Bragas»! Algún fariseo se escandalizó y los demás no tuvimos más remedio que tomar a cachondeo lo del pipí. ¡Mejor reír que llorar.

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Agueda Bañón, haciendo sus necesidades en la Gran Via de Murcia, proclamando su devoción por Ada Colau y en su viaje a Nueva York

La concejala Gala Pin tuvo que salir a defenderla. «No se me ocurre a nadie mejor que Águeda Bañón para ser directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona», dijo. Tampoco se le ocurrió a nadie mejor con quien compartir veinte días de vacaciones en Nueva York este verano, añado. Como no creo que sea muy objetiva, les pondré unos deberes. Comparen el currículum de Águeda Bañón con el del «dircom» de Manuela Carmena, César de la Cruz; incluso, si quieren, compárenlo con el de su antecesora, Lucila Rodríguez Alarcón, que dejó alguna sonada polémica tras de sí. Después de esta comparación sabrán explicarme por qué uno de los mayores problemas que tiene la alcaldesa de Barcelona sobre la mesa es el de la comunicación de lo que hace o deja de hacer. Y así todo.

Volvamos al arte y contemplemos «La balsa de la Medusa», de Géricault. El activista es el náufrago que hace señas para ser rescatado, o el tipo que, desde una barquichuela, intenta desesperadamente llamar la atención del capitán del transatlántico que se le echa encima y está a punto de abordarlo y echarlo a pique. El activista de verdad responde a una necesidad perentoria. Por eso el activista hace lo que hace, que es llamar la atención, y hace bien, muy bien, porque le va la vida en ello. Pero el político, en cambio, tripula la nave en la que viajamos todos nosotros y ni puede ni debe hacer lo mismo que el activista. Su trabajo es otro y si lo descuida, ahí están los arrecifes. De náufragos está el mar lleno por culpa de políticos que no lo son, y sobran los ejemplos, porque barcos mucho mejores que éste se han ido a pique por culpa de tanta tontería.

Mientras tanto, nos quedará la duda: ¿Se meó «Miss Bragas» en la Quinta Avenida? De repente, me ha picado la curiosidad.