Nunca pensé que llegaría a desear cuatro años más de Ada Colau al frente del ayuntamiento de Barcelona, pues no se me ocurría una alternativa peor. Pero esa alternativa existía y ganó las últimas elecciones municipales, tras las que el Tete Maragall se disponía, si nadie lo impedía, a arrebatarle a Gerona su condición, ganada a pulso, de capital de la Cataluña catalana. Como Dios aprieta, pero no ahoga, Jaume Collboni y Manuel Valls unieron esfuerzos -aunque aparentando que no se dirigían la palabra- para amargarle la fiesta al Tete, lo cual espero que consigan.

Ada se dio por muerta la noche de las elecciones, pero luego se dio cuenta de que su rival la había vencido por unos pocos miles de votos y la posibilidad de una mayoría alternativa que le permitiese conservar el sillón se le fue haciendo muy atractiva. Había que aceptar los votos de Valls, y eso le escocía, así que adoptó una actitud muy similar a la de Ciudadanos en Andalucía después de las últimas generales: si los de Rivera decían que solo pactaban con el PP y que los de Vox pasaban por allí, pero no se trataban con ellos, los de Colau insistieron en que solo se hablaban con los socialistas y que con el facha del franchute no querían saber nada. Mentira podrida, como se pudo comprobar en la Sexta cuando Ada dijo aquello tan bonito de que bienvenidos sean los votos vengan de donde vengan.

Evidentemente, Manuel Valls no es ningún facha, sino un verso suelto que cada día está más a disgusto en Ciudadanos y que tarde o temprano se buscará la vida en otra parte, no en vano es de los pocos hombres de estado con los que cuenta nuestro desdichado país. Como espantajo para progres profesionales, Valls no va a ser de mucha utilidad: los esfuerzos provincianos de nuestras fuerzas vivas para convertirlo en la reencarnación de Pepe Botella fracasarán, y espero que algún día sus muy franceses valores republicanos e interés por la cultura sean tomados con la seriedad que se merecen. De momento, puede ser un vigilante estupendo para Ada Colau, si ésta confirma finalmente su cargo. Barcelona en Comú cuenta con diez concejales, mientras que la suma de Collboni y Valls da catorce (que pueden convertirse en dieciséis si Josep Bou, como es de prever, se apunta a lo que haga falta para amargarle la existencia a la princesa del pueblo).

La verdad es que la pobre Ada lo tiene mal haga lo que haga. Si pacta con Maragall se verá condenada a una posición de segundona que no va con su carácter. Si pacta con Collboni y Valls, su alcaldía se verá sometida a una vigilancia permanente que le impedirá ser ella misma al cien por cien, lo cual redundará en beneficio de la ciudad. Lo más gracioso de la situación es que los indepes vean una turbia operación de estado en lo que no es más que un complot constitucionalista para deshacerse de un sujeto molesto, pero ellos, ya se sabe, son de natural conspiranoico, sobre todo cuando la realidad va en contra de sus intereses.