Barcelona reorganizó sus líneas de autobús el pasado noviembre. Ese mismo mes, en el plenario municipal, el Grupo Municipal Demócrata (la antigua CDC), presentó una petición para que se revisara la reordenación debido a que se habían producido muchas quejas vecinales. Se aprobó por unanimidad la propuesta de crear un grupo de trabajo en el que participara también el vecindario afectado por las medidas. Se diría que algo estaba cambiando en el consistorio: la voz de los vecinos sería, si no atendida, porque quizás las peticiones no fueran razonables, al menos escuchada.

Marzo de 2109. Cuatro meses y pico desde entonces. El grupo de trabajo no se ha reunido ni tiene fecha de reunión prevista. Ni falta que hace: lo que tuviera que decidir, ya está decidido: pocos días después de haber dicho que se tomarían en consideración las más de 15.000 quejas hechas por los ciudadanos, equipos de operarios arrancaban de cuajo las marquesinas y postes de las paradas anuladas por la reorganización. Ni se había escuchado a los vecinos ni se pensaba hacerlo. Frente a las proclamas del gobierno municipal hablando de participación, hechos consumados.

Lo más notable no es que el equipo de Ada Colau haya actuado de esta forma. La llegada al poder atempera la voluntad de escuchar a la ciudadanía que, claro, siempre está peor informada que los próceres y, ¿por qué no?, tal vez manipulada por la oposición. Se ha visto tantas veces que los oropeles del mando embotan los oídos que ya no sorprende, aunque debiera hacerlo cuando eso le ocurre a una formación que se llenaba la boca con exigencias de participación ciudadana. A la hora de la verdad se aplica el despotismo supuestamente ilustrado. Pero ¿por qué la oposición, que votó favorablemente la propuesta no ha reclamado que se aplique? A la vista de algunas declaraciones en el juicio del “prusés” no hay que descartar que votara sin leer lo que aprobaba.

Uno de los puntos urbanos donde la protesta fue (y sigue siendo) más potente es  la zona de Sants y Les Corts. Ahí, se modificó la línea H 10 que cruza el Eixample por el centro (calles València y Mallorca). A partir de la estación de Sants esta línea enlazaba con la plaza del Centre y Avenida de Madrid hasta Collblanc. Y lo mismo a la inversa. Desde el 26 de noviembre, los autobuses enlazan la estación de Sants con la plaza de Sants, en ambos casos por Sant Antoni. Es decir, hacen el mismo recorrido que la línea 5 del metro, para desembocar en un punto en el que había y hay dos líneas de metro y otras dos de autobuses.

Entre plaza del Centre y Collblanc, en cambio, no hay ninguna línea de metro y sólo la línea 54 de autobuses, con una frecuencia perfectamente válida con parámetros de Haití o Afganistán.

Antes del cambio, las paradas estaban llenas de pegatinas en las que se daban los números de teléfono y las web municipales adonde había que dirigirse para protestar. Los vecinos hicieron, además, dos manifestaciones. Nadie les hizo caso. Ahora siguen con sus protestas. Las pegatinas con las direcciones de la Síndica de Greuges de Barcelona están en las paradas de autobús e incluso en los contenedores de basura.

Poco tiempo tiene el equipo municipal para corregir. Pero se podría, si hubiera voluntad, cosa dudosa.

Quizás valga la pena recapitular: un gobierno supuestamente de izquierdas, defensor del transporte público, ignora y desprecia una campaña ciudadana a favor del transporte público por una vía que, en 2002 (con Joan Clos como alcalde), amplió las aceras en la mitad de su recorrido, dejando el resto para cuando hubiera presupuesto. 17 años después, nadie ha encontrado presupuesto y, un consistorio que se dice partidario de reducir el uso del coche, lo que reduce es el servicio de autobuses. Igual los responsables de la movilidad pensaron que, ya que tienen las aceras más anchas, lo que tienen que hacer los ciudadanos es andar más y protestar menos.