Ya quisiera verlo yo a Ethan Hunt, el personaje que encarna Tom Cruise en sus películas de la serie Mission: Impossible. Ya quisiera verlo, digo, intentando encontrar un hueco para poner la toalla o el pareo sobre la arena de una playa nudista en Barcelona. Con esa misión (casi) imposible se le acabaría el chollo y la serie, por irrealizable. Esta grabación se autodestruirá en cinco segundos, Tom.

Arrinconados como si se tratara de apestados, los bañistas, "usuarios» de la playa", según el Ayuntamiento, que por muy progre que se proponga no logra escapar del lenguaje clientelista tan extendido en todo el mundo; los bañistas, digo, que desean practicar el nudismo en las playas barcelonesas no tienen más remedio que madrugar mucho o condenarse a tomar el sol como anchoas en lata, tan preciado está el metro cuadrado de arena en la única ribera ciudadana destinada a despelotarse.

La playa de La Mar Bella, la única habilitada para nudistas en el litoral de la ciudad, ha quedado reducida este verano a un ínfimo cinturón de arena terrosa y polvorienta, después de las últimas tormentas de la primavera. Si ya de por sí resultaba escasa para el numeroso público que acude, ahora resulta ridícula en su pequeñez, en una ciudad con una población estable de 1,6 millones de habitantes y unos tropocientosmil turistas como población insufrible. Pero, claro, como todo siempre puede ser peor, ahí están los invasores para ponerlo más difícil.

El asunto es así: uno no puede ir a cualquier playa y ponerse en bolas para darse un remojón o tomar el sol. Lo prohíbe una ordenanza municipal del año 2011 que, a la vez que impide ir desnudo por la calle, obliga a vestir traje de baño en la playa. Y no se sabe de nadie que siquiera intente desnudarse en una zona no destinada a tal fin. Sin embargo, esto no ocurre cuando es un textil (o sea, una persona que viste traje de baño) quien toma posesión de su espacio en una playa nudista. Por sus santos genitales (cubiertos), hombres, mujeres e infantes, vestidos con taparrabos de diversa forma y tamaño, ocupan metros y metros cuadrados de playa nudista, sin que nadie pueda reprocharles nada.

El invasor, fiel a su mentalidad colonialista, cree que está en su derecho de hacer uso de la playa como mejor le plazca. Si ocurriera a la inversa, en cambio, consideraría un asalto a su privacidad, a su moral, a su libertad individual y a cualquier otra de sus cositas, el tener que ver (horreur!) un culo, un coño o una polla ahí donde no toca.

"A mí no me molesta que haya gente desnuda a mi alrededor", me decía el otro día un textil que asiste diariamente a La Mar Bella. No le molesta si es él quien invade la playa nudista, porque admitía sin ambages que la presencia de una persona desnuda en un ambiente textil sí le incomodaría. Pero, insisto, esto no ocurre casi nunca, excepto en los contadísimos casos en que los bañistas de la playa de Sant Sebastià, antes nudista, deciden hacer oídos sordos a la ordenanza municipal y tomar el sol y bañarse como lo habían hecho siempre hasta que la proximidad del Hotel Vela los desterró mediante un ardid urdido con algún cargo munícipe. No sea cosa que algún turista pastoso se espante ante la visión de unos genitales.

Así que la cosa va de respeto por los derechos, ese asunto tan peliagudo y, sobre todo, tan desigualmente medido con la vara del dinero y del poder, que a menudo miden lo mismo.