Se discute por ahí de si se canta o no se canta un himno. Bah, menuda tontería. Aquí y ahora confieso una debilidad de la carne: el único himno capaz de emocionarme es 'La Marsellaise'. A la que oigo cantar 'Allons enfants de la Patrie...' pillo el sable y salgo a la calle, preguntando por dónde cae la guillotina. Es que me sale de dentro. Contaba mi padre, en gloria esté, que 'La Marsellaise' fue el himno que cantó el público, a falta de nada mejor, cuando se proclamó la II República. Eso sí, como no sabían francés, los paisanos echaban mano de la versión local, que dice así: «Naniananiá naniá naniá naniá...». Hermoso. Si todos los himnos tuvieran esta letra, otro gallo cantaría en este mundo.

Confesé esta afición a un amigo mío y me dedicó la mirada que se dedica a un loco. "Ay, Luis, ¡cómo se nota que no trabajas para los franceses!", exclamó. Y me contó su historia. Porque la ética y la estética quedan muy bien en las novelas, pero otra cosa muy distinta es tener que trabajar a la sombra de un Robespierre cualquiera venido de la Ecole des Hautes Etudes Commerciales de París, HEC para los amigos.

El principio de la historia es sabido: el abuelo funda la empresa; los hijos la sostienen; los nietos la dilapidan; llegan los franceses y se presenta un director general recién llegado de París. "Nous sommes arrivés", exclamó. ¿Era ese "nous" era el plural mayestático, tan propio de la natural modestia de nuestros vecinos del norte? En la primera reunión de trabajo exclamó: "Je vais mettre toute cette merde en ordre". Acto seguido, les enchufó un PowerPoint de esos que empieza y nunca termina, escrito "en un lenguaje pastoso, pastelero y cursi". Mucha mantequilla, mucho azúcar, esas cosas. ¿Por qué será que los ejecutivos de la HEC de París no saben vivir sin PowerPoint?

El recién llegado Robespierre intentó "poner orden" en la empresa de mi amigo, sí, pero ¿recuerdan cómo acabó Robespierre? Un día, monsieur Dupont (vamos a llamarlo así) recibió un correo electrónico, exclamó la palabra de Cambronne (búsquese en Google) y regresó a París con lo puesto y el culo prieto. Con la ostentación, apariencia y superficialidad que uno espera de la 'grandeur', un 'directeur général' sucedía a otro y la sesión de PowerPoint regresaba inexorable y mortífera. 'La Garde meurt, mais ne se rend pas', que suele decirse, y prosigue el ritual hoy día.

Por eso, cuando mi amigo supo que un antiguo primer ministro francés sonaba como candidato a la alcaldía de Barcelona, palideció a ojos vista. Intenté tranquilizarlo. "No será para tanto. Aquí hace ya tiempo que la política navega en el terreno de la cursilería, ¿o no?", le dije. Tuvo que darme la razón. Aquí nos va lo francés: las lionesas los domingos, la tarta Sarah Bernhardt los cumpleaños y lo cursi dando la matraca todo el santo día.

Lo último que sé de mi amigo es que está buscando casa en Nueva Zelanda.