Según los análisis de los metadatos de Google, el grado de cumplimiento del confinamiento en España es ejemplar, tanto en el conjunto del país como en todas y cada una de sus comunidades autónomas. Según otros centros de análisis de la movilidad urbana, Milán, Madrid y Barcelona son las ciudades con mayor grado de confinamiento. La red de sismógrafos recoge un anómalo silencio del ruido de fondo que provocaban los vehículos y las actividades industriales. En otras palabras, el cumplimiento de las órdenes de confinamiento es ejemplar y podemos presumir de ello. Los ciudadanos de los países mediterráneos están dando lecciones al norte supuestamente civilizado y soso.

Esta disciplina y esta generosidad colectiva tiene un precio. ¿Qué les voy a contar? Ustedes sabrán mejor que yo el sacrificio al que se enfrentan, tanto a nivel particular como social. Nos va a caer encima una muy gorda y lo asumimos como podemos. 

El comportamiento colectivo está siendo ejemplar, es cierto, pero las excepciones son inevitables. Algunas son trágicas, como el acoso a ese vecino que trabaja en un hospital o un supermercado, al que señalan por poner en peligro a la comunidad; algunas otras son cómicas, como al tipo que pillaron los urbanos a no sé cuántos kilómetros de su casa y soltó la excusa de que había salido a buscar chuches, porque eran, para él, producto de primera necesidad; también las hay grotescas, como esos tipos a los que pillaron haciendo una ceremonia satánica disfrazados como en las películas, con capuchas y toda la parafernalia. Pero son eso, excepciones.

Nosotros cumplimos. Esperamos, a cambio, que quien tenga que cumplir cumpla su parte.

Sabemos que nuestros líderes es la primera vez que se enfrentan a algo parecido. La incertidumbre es la norma, no existe la certeza. El trabajo de un gobernante podría resumirse en controlar y gestionar el caos. Si eso, en circunstancias normales, ya resulta complicado, ni les cuento cuando todo se desbarata e interviene algo insólito, como una pandemia. Es en estos momentos en los que se aprecia la madera de la que están hechas las personas que hemos creído que tienen que gobernar o controlar al gobierno.

En este mismo periódico, Toni Bolaño señaló la prácticamente nula actividad de la oposición en el Ayuntamiento de Barcelona, que podría resumirse en un par de entrevistas y ya está. Brillante. Mientras tanto, el Ayuntamiento de Barcelona publicaba una nota de prensa en la que se informa de que Colau protagonizará un programa dirigido a los niños de la ciudad, que va muy en la línea de la superficialidad, la banalidad y la cursilería a las que nos tiene acostumbrados. 

Pero, ojo, en el Ayuntamiento también se han tomado medidas de urgencia muy notables y necesarias. En alguna cosa se habrán equivocado, se equivocan y se equivocarán, es cierto, pero ¿quién no? La necesidad es imperiosa y el grado de novedad tan elevado que algún error será inevitable. Gobernar es también gestionar el error.

La cuestión más preocupante, si nos ceñimos a la perspectiva de un ciudadano del Área Metropolitana de Barcelona, es la no aparente, sino cada día más evidente, incapacidad de gestión de la Generalitat, que responde más a criterios de propaganda nacional que a otra cosa. Llevan tanto tanto tiempo sin gobernar que, ay, cuando se les necesita para que hagan algo… Su bloqueo a las actuaciones del Ejército cuando se solicitan con urgencia, sus pocas ganas de colaborar con el Gobierno español, su obsesión por marcar distancias y diferencias, esa comunicación con un retintín de desprecio hacia quienes no comparten su ideario… su inactividad palpable y manifiesta. Busquen y comparen las actuaciones de la Generalitat Valenciana con la catalana. No diré más.