Una conocida me soltó hace poco lo que sigue: "Lo único que ha cambiado con la pandemia es que nos están pastoreando, Luis". Busquen en la RAE y verán que esa mujer empleaba la segunda acepción recogida en el diccionario de "pastorear", aunque también podría valer la primera. También señalaba la afición de las autoridades a sacarse de encima todas las responsabilidades, como quien se sacude el polvo del camino. El marrón te lo llevas tú y el mérito será mío, se añade como puntilla.

Yo no creo que nos estén pastoreando desde que comenzó la pandemia; creo que ya llevamos un tiempo con eso. Véanse los bancos, por ejemplo. Rompan el cerdito que hace de hucha y pretendan ingresar ese puñado de monedas —que son dinero de curso legal— en su cuenta corriente. Les aseguro que yo todavía no lo he conseguido.

Lo de los bancos tiene guasa. Nos tienen fritos a comisiones —y esta semana pasada se han puesto de acuerdo para subirlas— y pretenden que todo el trabajo lo hagamos nosotros on-line. Suman beneficios de centenares de millones, echan a sus trabajadores a la calle por miles y tratan a los clientes como si realmente estorbáramos. Tú paga; yo te diré lo que puedes y no puedes hacer con tu dinero, y, si no te conviene, te aguantas. Cierto que los bancos son necesarios, no digo que no, pero algo no me cuadra.

La reciente facturación de la electricidad parece también un ejercicio de pastoreo. Ahora tienes que planchar de madrugada y hacer la colada los domingos y fiestas de guardar, porque así honrarás al señor que se está beneficiando a manos llenas de tus sacrificios. Si uno explica el porqué de esta subida, pueden plantearse muchas preguntas incómodas sobre la inversión en infraestructuras eléctricas. Mejor desviar el tema hacia el sexo de quién planchará de madrugada, en plan ministra del ramo.

Otro ejercicio de pastoreo mayúsculo es el de la recogida selectiva de basuras que, a modo de prueba, se ha puesto ahora en marcha en Sant Andreu y que pretenden extender al resto de la ciudad. Recuerdo, cuando era pequeñito, el ejercicio de bajar las bolsas de basura a la calle, el espectáculo y el olor de la porquería en las aceras, y ahora que pienso, la felicidad que provocaba semejante despliegue de basura entre las plagas urbanas de insectos y roedores. Cuando llegaron los contenedores, hubo algunas protestas, pero ¡qué beneficio para el vecindario! ¡Y para los trabajadores que recogían los residuos! Sólo la perspectiva nos permite apreciarlo en toda su amplitud. Cuando llegaron los contenedores de colores, hubo cierta desconfianza, pero hoy ya es habitual su uso, y mejora con el tiempo.

Cuando me hablan de la recogida puerta a puerta, me viene a la cabeza una oficina bancaria: de tal hora a tal otra, los días pares esto, los impares lo otro, los viernes lo de más allá, etcétera, con la bolsita que yo te dé y no con otra… Si te equivocas de bolsa o de día o de ambas cosas, no recogen tu bolsa de basura: la dejan ahí y te señalan como guarro con una pegatina bien visible. El asunto pasa entonces del engorro a la ofensa. Los munícipes afirman que esto no será, en ningún caso, un control de tus hábitos personales ni un plan con ánimo recaudatorio. Acto seguido, señalan que controlarán tus hábitos personales para ajustar lo que pagues en la recogida de basuras y ¿repartirán gratuitamente las bolsitas del chip? No creo.

No veo más que un retroceso y nadie ha podido convencerme de lo contrario.

Hubo un consejo de barrio con los representantes del municipio. Como estrategia de comunicación, nefasta. Busquen el vídeo, vean cómo los munícipes se escuchan a sí mismos y hacen oídos sordos al resto, con qué suficiencia tratan a sus víctimas. Han conseguido ofender a la inteligencia y al vecindario, que está todo en pie de guerra. Cómo se nota que esto lo ha pensado alguien que no vive en un mundo habitado por gente normal. Es más, por alguien que todavía creerá que ha hecho algo muy guay.

Es curioso que quienes predican tantas asambleas y democracias del pueblo ahora se hagan el sueco ante la postura de los vecinos y que no hayan tenido en cuenta para nada sus propuestas, ni sus protestas, ni las vayan a tener, que uno ya los ve venir. Las asambleas están bien si las pastoreo yo; si no, caca.