Tras la inhabilitación del inútil que hacía como que presidía la Generalitat, se produjeron las algaradas correspondientes, que, pese a los esfuerzos de amplificación llevados a cabo por TV3, no tuvieron punto de comparación con los desmadres de hace tres años, cuando gran parte de la Banda del Empastre del independentismo catalán acabó en el talego. Aunque la cosa se fue animando a lo largo del día en Barcelona, el comienzo fue muy triste: nada más conocerse la inhabilitación de Torra, se plantó en la plaza de Sant Jaume, tras un par de pancartas de protesta, la friolera de diez personas, y no es descartar que tres de ellas constituyesen la plantilla completa de la compañía de ese magnate del petróleo que es el ínclito Canadell disfrutando de un día libre (de sus doce gasolineras, nueve son de autoservicio). TV3 nos enseñó a los diez patriotas en el Tele Noticies Migdia, y supongo que habría obrado igual aunque solo fuesen tres o cuatro con una sola pancarta (y hasta sin pancarta: yo creo que, con un viejo chiflado, a ser posible con barretina, gritando o cantando Els segadors, ya se habrían apañado).

La cosa se fue animando en nuestra querida ciudad a lo largo de la jornada, aunque la plaza Sant Jaume no se vio tan abarrotada de gente como pretendía hacernos creer TV3 en el Tele Noticies Nit. El grueso de la jarana, como de costumbre, tuvo lugar ya de noche, con la aparición de los CDR (o CDC: Cafres De Costumbre), que hicieron lo de siempre (esta gente es cansina hasta para manifestar su indignación): quemar unos cuantos contenedores y plantarse con actitud feroz ante la delegación del gobierno. La única novedad fue el lanzamiento de cabezas de cerdo a los mossos d´esquadra, que nadie sabía de donde habían salido -los cerdos, no los mossos- y que pueden volverse en contra de los manifestantes si los defensores de los animales toman cartas en el asunto (¿Dónde está el PACMA cuando lo necesitas?).

Escribo esto un martes por la tarde y no sé lo que puede suceder estos días, pero me lo imagino y, como la mayoría de mis conciudadanos, me lo tomo con filosofía. A falta de más novedades como la de las cabezas de cerdo, intuyo que las protestas serán idénticas a las anteriores, como idénticos son siempre los motivos que pretenden justificarlas: el prusés, a fin de cuentas, no es más que una inmensa y repetitiva tabarra que no va a ninguna parte, pero permite la piromanía juvenil y el entretenimiento de los desocupados con causa. El jueves, cuando se publique esta columna, supongo que habrá festa grossa, pues para algo se cumplen tres años del mítico 1 de octubre de 2107. Y puede que el jolgorio se alargue algunos días más, aunque se nos echa encima el fin de semana y eso es sagrado, como dejó bien claro Salvador Cardús en aquel célebre tuit en el que convocaba a las masas a seguir dando el coñazo patriótico el lunes, a la vuelta de la segunda residencia.

No se descarta algún comunicado de Ada Colau diciendo que sí, pero no, o que no, pero sí, y que hablando se entiende la gente y que qué bonito le salió el pregón de la Merced a Tortell Poltrona, ese humanista a medio camino entre Krusty, el Joker y el tonto del pueblo. Lo que pase (o no pase) nos lo tragaremos los barceloneses con nuestra pachorra habitual, como ya hicimos hace tres años, cuando íbamos de compras por zonas de la ciudad que la noche anterior ardían. No sé si esa pachorra de la que hablo es algo bueno o algo malo. Ignoro si somos resilientes o unos calzonazos. También es posible que nos hayamos acostumbrado a las alharacas del prusés, aunque no evolucionen (salvo la meritoria, aunque discutible éticamente, iniciativa de las cabezas de puerco) y nos condenen a nuevas representaciones de un viejo espectáculo. Igual nos tranquiliza que las cosas no cambien. Igual nos gustan las noches de siempre.