Trabajé veinte años en un ente público de la Generalitat de Catalunya. Mano a mano con algunos compañeros, gestionaba varias líneas de subvención que pretendían fomentar el ahorro de energía. Un día, vimos que teníamos tanto los medios como la capacidad para incrementar el montante de las ayudas a las familias numerosas o con rentas bajas. En una reunión de trabajo, presentamos la propuesta. Recuerdo como si fuese ahora la frase que echó por tierra nuestras buenas intenciones: «No estamos aquí para ayudar a los pobres». Nuestro proyecto murió ahí mismo.

Ninguna de las personas que hicimos la propuesta seguimos en ese ente público. Unas se buscaron la vida en otra parte y se largaron, aburridas. A otras nos pusieron de patitas en la calle, meses después. La persona que nos informó que no estábamos ahí para ayudar a los pobres, después de reducir en un tercio la plantilla del ente público, fue recompensada con un alto cargo en el que dio sobradas muestras de incompetencia. La historia prosiguió por otros derroteros que hoy no pienso explorar, pero que dicen mucho del triste mundo en que vivimos. Ahí la dejo.

En fin, que me tuve que ganar la vida leyendo y escribiendo y, como eso no da para mucho, acepté un trabajo a media jornada en una fundación sin ánimo de lucro que se dedica a la tutela de personas incapacitadas, en su mayor parte ancianas. Ni les cuento el panorama de algunas de estas personas, me ahorro el relato de la tragedia. Baste decir que muchos conciudadanos viven en una situación que debería avergonzar a un país tan rico como el nuestro; si no saben de qué estoy hablando, es que no quieren saberlo o miran hacia otra parte, quizá porque no están aquí para ayudar a los pobres, como quien yo me sé.

Si antes era sensible a estos temas, ahora lo soy más. Me enervo cuando veo a los que no estaban ahí para ayudar a los pobres protestando porque el Estado no les deja ayudar a los pobres, después del estropicio que han organizado en el ámbito de la salud pública, los servicios sociales, las ayudas a las dependencias o las rentas mínimas de inserción, por no olvidarnos de su voto favorable a la reforma laboral o al sistema que hoy rige las pensiones.

Sin ir más lejos, cuando Puigdemont era alcalde de Girona, en lo más granado de la crisis, se publicó que los pobres del lugar asaltaban los contenedores de los supermercados a la hora del cierre en busca de comida. ¡En busca de comida! ¿Cuál fue la respuesta del gobierno municipal ante tan acuciante problema? No me creerán, pero es tan cierto como que sale el sol. La acción social que se llevó a cabo fue poner candados a los contenedores de los supermercados. Tal cual. Política social con mayúsculas. Y así todo.

Sin embargo, uno no espera otra cosa de los defensores más acérrimos del neoliberalismo salvaje, los antiguos convergentes y sus socios de gobierno, que les ríen las gracias. En eso son coherentes con su ideología, hay que decirlo. Pero cuando la pretendida izquierda comete torpezas semejantes... Entonces, la verdad, se le cae a uno el alma a los pies. ¡Precisamente ellos!

Les pondré un solo ejemplo. Sé que el tema es polémico y que unos están a favor de una cosa y otros, de otra, pero el berenjenal del agua de Barcelona es de órdago y el gobierno municipal se está cubriendo de gloria (y los demás, también). Vamos por partes.

En 2012, Aigües de Barcelona puso en marcha un Fondo de Solidaridad. Su misión era no privar del suministro básico de agua a las personas más necesitadas. Vale, bien. Se puso en marcha. Veintiún ayuntamientos, de los veintitrés para los que trabaja, han firmado convenios de colaboración entre sus servicios sociales y la compañía de aguas. También otras instituciones sin ánimo de lucro. La idea era detectar a las familias en situación de desamparo y no cobrarles el agua. Seguimos yendo bien, ¿no?

Pero ¡atención! Un tercio de la factura del agua corresponde propiamente a la gestión del agua hecha por Aigües de Barcelona. Los otros dos tercios son tasas e impuestos del Ayuntamiento de Barcelona y del Área Metropolitana de Barcelona, más el IVA.

En números redondos, Aigües de Barcelona no cobra su parte de la factura a unas 20.000 familias. Recientemente les ha condonado toda la deuda del agua. Pero el Ayuntamiento de Barcelona y el Área Metropolitana de Barcelona (AMB) sí cobran sus tasas e impuestos a esas familias, más IVA, y van acumulando la deuda por falta de pago. Sin piedad.

El Ayuntamiento de Barcelona se comprometió el mes de junio pasado a reducir a la mitad los impuestos a estas familias. No todo, sólo la mitad. Ay... Las palabras se las lleva el viento. Lo cierto es que el Ayuntamiento todavía no ha hecho la rebaja. Ni la mitad ni un cuarto ni nada. Ahí sigue la tasa municipal en la factura, incordiando. Tampoco ha hecho nada la AMB, no vayan a pensar. Una cosa es ayudar a los pobres y otra, dejar de cobrar impuestos. Eso sí que no, que uno tiene principios y hasta aquí podríamos llegar.

Hay mar de fondo, además. El Ayuntamiento de Barcelona quiere remunicipalizar la gestión del agua porque dice que así ayudará más a los pobres y Aigües de Barcelona se ha defendido argumentando que si los ayuda como ahora, mejor que no. Así que ha enviado a los beneficiarios de sus ayudas (de las ayudas de Aigües de Barcelona) una nota explicando quién quiere cobrarles eso que sale en la factura. Semejante publicidad ha puesto de los nervios al Ayuntamiento, porque a nadie le gusta quedar en evidencia delante del personal, y ahí estamos, en un círculo de paz y amor.

Pero, a ver, ¿de cuánto dinero estamos hablando? ¿Tanto es que el Ayuntamiento de Barcelona no puede asumir el coste?

La deuda de estas personas con el Ayuntamiento y la AMB entre 2016 y 2017 es de algo más de 1.700.000 euros. En junio, hace diez meses, diez, el Ayuntamiento se comprometió a gastar tres millones en la «tarificación social del agua»... y no se ha gastado ni uno. Mientras tanto, Aigües de Barcelona ya ha condonado casi dos millones de deudas a los beneficiarios del Fondo de Solidaridad.

Estén a favor o en contra de la municipalización, remunicipalización o recontramunicipalización del agua, ¿verdad que la compañía de aguas tiene razones para estar un poco mosca? Yo pongo de mi parte y tú, que te llenas la boca con la pobreza aquí y la pobreza allá, ¡no veas cómo te columpias! ¡Qué cara más dura!

Se insinúa que prefieren gastarse el dinero en otras cosas. ¿Cuánto nos cuesta la multi-pluri-chachi-consulta de la que tanto se habla? ¡Tres millones y medio! Como si los regalasen. Todo, para preguntar de qué color es el caballo blanco de Santiago. Como dijo un ilustre diputado, ¡manda huevos!

Otros gastos municipales se aproximan a los 1.700.000 euros que no se perdonan a los pobres. Pongamos algunos ejemplos: más de dos millones para el nuevo sitio web del Ayuntamiento, más de millón y medio en encuestas de opinión, casi seis millones en comunicación digital y redes sociales... ¿Se gastan seis millones en tuits? ¡Caramba! También hay 1.500.000 euros para socorrer a las víctimas de la pobreza energética, pero sólo se han gastado 150.000 en ayudas y lo demás se ha quedado para vestir santos.

Vaya, que dinero hay. Pero es posible que haya otras prioridades. Parece que es mejor meter dinero en los tuits que en los pobres. ¡Bah, bah, no seamos malos! Podría ser otra cosa: un error humano, un problema de gestión, un descuido, qué sé yo.

Porque el Ayuntamiento de Barcelona destina una gran parte de su presupuesto a ayudas sociales. Es cierto, muy cierto. ¡Cuánto nos alegramos de ello! ¡Ya era hora! Ahora bien, cuidado. Este empeño en meter la pata tontamente y sin necesidad una vez y la siguiente conseguirá que la esperanza del votante se convierta en hastío, algo que, desgraciadamente, se está convirtiendo en norma.