Delincuencia disparada. Epidemia descontrolada. Comercio arruinado. Turismo desaparecido. Noches desiertas. Movilidad hecha un fiasco. Okupas desocupados. Más desahuciados que jamás. Manteros que vuelven. Ratas que invaden el penúltimo reducto del glamur, allá en el Turó Park… ¿Y qué hace la vedete alcaldesa? Exigir un referéndum sobre la monarquía española. El ridículo en un programa de televisión dirigido por un desvencijado rojillo multimillonario y propietario de muchos pisos. Ser entrevistada, cepillada y halagada por una amiguita del mismo ramo orientativo sexual. Y como se sentía a gusto, se relajó y cada vez que mentía, como siempre, se le iban los ojos hacia arriba y a la izquierda. Es decir, que entró en un éxtasis republicano semejante al de su vecino del palacio de enfrente. Popularmente conocido como el Torrija de Blanes, ha exigido que abdique el Rey de España cuando él nunca ha llegado ni a ser elegido alcalde de un poblado deshabitado.

Ambos no tienen ni faena ni causa mejor que inmiscuirse en asuntos internos de un país vecino llamado España. El uno preside una república que no existe, idiota, hasta que vuelva el Forajido de Waterloo. La otra desordena y acaudilla en la ruinosa Comuna de Barcelona, que fue Rosa de Fuego anarquista y ya no es ni Cerilla de la Meridiana. Vecina pareja de bailes demenciales, dejan al descubierto su falta de formación, su crasa ignorancia y su desprecio a quienes no son de su secta, costra o de aquella organización criminal. Porque ¿qué pasaría si el alcalde de Perpiñán montase un referéndum para decidir si Colau es o no es persona digna de pisar la estación de tren donde está el centro del mundo, según Dalí? ¿O si el alcalde de Cabra del Santo Cristo (Jaén) exigiese que abdique el sujeto que ha convertido la Generalitat en una promotora del brebaje llamado ratafía?

La pregunta es: ¿pero por qué no se calla Colau? Simplemente, porque ni sabe ni tiene capacidad cerebral suficiente para aprender a estar en su sitio, que es representar a todas las personas que viven, trabajan o pasan por Barcelona. Sean monárquicas o republicanas. Piensen como piensen. Voten lo que voten. Y se acuesten con quien se acuesten. Porque este era el ideario de J.F. Kennedy a la hora de formar gobiernos con los mejores y más preparados. Mientras que Colau es más partidaria de aquel dictador venezolano al que un rey le preguntó por qué no se callaba. Y Ada cada vez se parece más a Maduro, aunque sin bigote.

Camino de ser marioneta rota al servicio del Marquesado de Galapagar que ya no quieren ni en Galicia ni Euskadi, Colau exige referéndums en España pero no respeta el que dijo no a un tranvía en la Diagonal de Barcelona. Y menos aún con antiguos colegas del Torrija y de su gorila Buch al frente del negocio. Ocurre que callar requiere un mínimo de cociente intelectual. O montar un referéndum que decida si la idiotez tiene o no tiene cura o vacuna.