Ni contigo ni sin ti / tienen mis penas remedio / contigo porque me matas / sin ti porque me muero”. Así, como diría la copla, ahondamos en uno de los temas más a debate en el panorama musical barcelonés: ¿patrocinio musical en festivales y grandes eventos, sí o no? Hay que tener en cuenta la retroalimentación entre ambos, porque el panorama de festivales actuales no existiría sin las ayudas de las marcas privadas, los patrocinadores. Pero, a su vez, su implantación progresiva como pieza clave en la música en directo en la ciudad tiene sus consecuencias. Y es que podrían afectar a factores como la calidad artística de los carteles, los cachés de las bandas, los valores del evento en cuestión o la imagen que se proyecta de dicho evento.

Pues sí, no digo nada nuevo si afirmo que las marcas han modificado por completo el panorama musical en nuestro país. Con sus pros y sus contras. Y es que no me imagino a nadie que haciendo números no pueda reconocer su importancia para el desarrollo de un festival. Las partidas presupuestarias privadas son necesarias en un momento económicamente crítico para las administraciones públicas. Cierto. Pero, ¿a cualquier precio? No necesariamente. Para empezar, el todo vale ha dado como resultado que el panorama temporal y regular de giras en salas se haya visto seriamente transformado. Pocas bandas internacionales apuestan por adentrarse en una gira española, a no ser que haya un sponsor fuerte detrás que las traiga a un festival en concreto. Y sobre las bandas de aquí, decir que pasan fuertes via crucis para saldar sin números rojos sus tours catalanes. Ya son muchos los artistas que directamente ignoran venir a salas y esperan a hacerlo tocando en un festival donde la marca x accede a pagar cachés estratosféricos por traer a una banda en exclusiva a Barcelona o incluso España. No está claro si todos los artistas accederían a venir a salas por cachés más bajos si no existieran estas partidas presupuestarias, pero sí sabemos que más de uno, de dos o de tres sí lo haría.

Por otro lado, se impone mantener un buen criterio artístico no ligado en exclusiva a los litros de cerveza que x festival o propuesta artística va a conseguir hacer consumir por noche. Esta debería ser una de las premisas a la hora de que las empresas o bandas negocien con sus patrocinadores. De no hacerlo, seguimos propiciando carteles homogéneos en diferentes ciudades donde la marca X patrocinadora ha invertido jugosas cantidades presupuestarias. Propuestas musicales que, sin querer ahondar en su mayor o menor calidad, sí que acaban apostando en sus cabezas de cartel por las mismas formaciones. Hablamos de aquellas que son ‘valor seguro’, donde la épica, el hedonismo y la diversión (hacer bailar, saltar y así consumir más y más cerveza al personal) prima sobre las propuestas de calado más intimista. Digamos que se apuesta por formaciones que ya están sonando y de alguna manera forman parte del circuito de música en directo, con lo que el papel tradicional de los festivales como ‘cazatalentos’ o visionarios de nuevas tendencias está desapareciendo. Esto, que hoy en día lo leemos y nos parece de lo más normal, hubiera impedido en otra época que artistas como Patti Smith o Bob Dylan fueran cabezas de cartel de ningún festival con patrocinio detrás.

Por un lado, está claro que muchas bandas incluso autogestionadas deciden caer en las redes de los patrocinadores como buena vía de ingresos. Una actuación puntual de este tipo puede permitirles seguir autogestionándose el resto del mes, y en este sentido no me parece algo tan descabellado que opten por ello. A nivel de integridad musical podría cuestionarse esta vía, pero está claro que los músicos barceloneses no se encuentran en un momento muy boyante que digamos. Vaya, que la ciudad nunca ha dado de sí para que se ganen la vida los artistas, pero digamos que la cosa se pone cada vez más cruda: para empezar, faltan infraestructuras. Porque, pese a la buena voluntad puesta por el Consistorio, salas como el Heliogàbal continúan sin actividad musical y otras como Becool han cerrado sus puertas definitivamente. Y hay pocas salas de la ciudad donde para tocar no le pidan a un músico un fijo por alquilarla. Ya puestos, también se debería luchar por conseguir tener más salas en nuestra ciudad de medio formato (las que hay o son muy pequeñas o demasiado grandes). Pero todo eso ya daría para otro artículo.

Por otro lado, muchas bandas que consiguen actuar en festivales en nuestra ciudad quizás no lo harían sin la ayuda de un patrocinador. Pero ojo con caer rendido a los cantos de sirena de las marcas, pues estas no resultan siempre la panacea: más de una banda afirma haberse encontrado con que el patrocinador (marcas potentes en muchos casos) apenas le ofrecía 50€ por músico. Eso, teniendo en cuenta que el alojamiento corría a costa de la banda. Un drama poder vivir de la música así, que demuestra que no es oro todo lo que reluce cuando te apoya un patrocinador.

Tampoco olvidemos las evidentes contradicciones ideológicas entre el artista y la marca patrocinadora del concierto o festival en cuestión. Recuerdo un caso, que fue la actuación de Nacho Vegas en el Mil·lenni, festival con una entidad bancaria detrás. Algunos vieron su participación como un venderse al sistema que criticaba desde dentro, y otros lo vimos más bien como una intención de seguir la máxima de ‘si no puedes contra tu enemigo, únete a él’ (y protesta: llevando a la plataforma antidesahucios a manifestarse al inicio del concierto, por ejemplo).

De igual modo sucede con los festivales solidarios. Que en Barcelona los músicos son bien solidarios está claro pero, ¿no es un poco contraproducente que esos mismos festivales solidarios cuenten con el apoyo, por ejemplo, de una entidad bancaria? Ante esta disyuntiva se encontró cierta productora que conozco, que al final optó por no realizar el festival con el que querían recaudar fondos alimentarios. Y es que la imagen solidaria del mismo chocaba flagrantemente con los valores del sponsor que pensaba patrocinarlo, el banco de turno. Son dos maneras de plantear la implicación en un evento con patrocinio (desde dentro, o renunciando directamente a esta ayuda) que generan debate pero que yo encuentro igualmente lícitas. En ambos casos, nos hacen cuestionarnos hasta qué punto puede involucrarse un patrocinador, por mucho dinero que aporte, a la imagen del evento en cuestión. Un debate más que necesario en Barcelona.

Así pues, ¿la conclusión pasa por renunciar a estos patrocinios? Hoy por hoy no se concibe la industria musical sin ellos, pero sí podemos intentar negociar las exigencias de la marca, o demandarle mayor implicación en los contenidos del mismo. También, plantearnos más seriamente si el patrocinador resulta acorde con la filosofía del evento, y no dejar que se conviertan en meros tiranos, imponiendo sus condiciones a los artistas o creadores de eventos barceloneses. Esa debería ser la máxima. Como en cualquier sociedad de consumo, se trata de beneficiarse en lo posible de la existencia de patrocinadores, sin dejar que estos impongan su ley. Patrocinio sí, pero cuidado con no negociar y aceptar sin rechistar carteles, cachés ridículos para los artistas o acciones de marketing y publicidad que desvirtúen la estética y leit motiv del festival o evento. Vamos, tratar que tampoco se conviertan en un parque temático repleto de logos, lonetas y demás imágenes de marca, con carteles repetitivos y sin riesgo y con un jefazo de producto que ordene y mande en los criterios de los músicos y los promotores. Un modelo de patrocinio sostenible, donde las marcas se impliquen en los valores del evento barcelonés en cuestión, y donde un mayor feedback y posibilidad de negociar sean posibles (también en los precios de las entradas y las bebidas, acordes con el nivel de vida de Barcelona). Aunque mentalizar a ciertas marcas de que la música es también arte y no solo puro beneficio no sea fácil, solo nos queda seguir renegociando y confiar en las nuevas generaciones de empresarios jóvenes barceloneses, con una visión de negocio más abierta, participativa y creativa. Porque el todo vale ya nos cansa.