En estos días, las instalaciones del aeropuerto de El Prat son todo un bullicio. Nada que ver con la imagen de terminales casi vacías con apenas 20 vuelos de salida en la peor época de la pandemia. Ahora el aeropuerto es un ir y venir sin fin. Miles de personas utilizan el avión para disfrutar de sus vacaciones y miles de personas aterrizan en Barcelona en busca del ocio, la cultura, la restauración y el sol. El tráfico aéreo ha aumentado este julio un 160% con respecto a 2020, pero queda lejos todavía de los niveles de 2019. No parece que estos miles de personas de todas las edades tengan reparos a utilizar un medio de transporte como el avión. Dicen que es contaminante, nos lo dice todos los días Ada Colau, pero no menos que el coche. Y trata de avergonzar a quienes la desoyen cuando pide que no se utilice el avión, refugiándose en el término sueco flygskam, la vergüenza que sienten algunas personas por la contaminación que generan sus viajes. Estos días, en El Prat, esta vergüenza brilla por su ausencia a tenor del trasiego aeroportuario.

Mejorar la calidad de nuestro entorno ambiental debe ser objetivo prioritario, pero el camino no es volver al pasado, refugiarse en un hipotético modelo de sociedad. El camino es afrontar la realidad. No se trata de poner bloques de cemento en la ciudad en una lucha sin cuartel contra el vehículo privado, sino aumentar y mejorar el transporte público. No se trata de acabar con la paciencia de los conductores que se ven atascados en las calles de la ciudad –aumentando la contaminación– sino apostar por una nueva movilidad. No es poner trabas al crecimiento del aeropuerto sino exigir mejoras tecnológicas en los aviones. No es abanderar la defensa de una laguna, privada por cierto, cuando es posible una mejor ordenación del territorio como reconocen y defienden los agricultores de la zona, personas pegadas al terreno que se parecen más bien poco al ecologista urbanita. No se trata tampoco se poner el grito en el cielo por la actividad del puerto, sino de mejorar la infraestructura y hacerla competitiva. No se trata de alegrarse cuando cierra una industria como Nissan, sino apostar por la innovación en la automoción que nos llevará a un coche eléctrico que tendrá un impacto directo en la mejora de la calidad del aire.

La industria está haciendo los deberes y los fondos europeos, que empezarán a moverse en este trimestre, darán un empujón considerable a esta necesaria modernización tecnológica que ya está en marcha en todos los transportes, del tren al coche pasando por los aviones hasta la industria. Que la fábrica de baterías se instale en Barcelona no es un tema baladí, por ejemplo. La aviación también apuesta por esta línea porque no se trata de tener aeropuertos sin aviones, sino tener aviones más eficientes y aeropuertos con la capacidad suficiente para competir, porque la competencia existe y si Barcelona no se pone al día cerrando los ojos a la nueva realidad, otras ciudades cogerán el testigo. Un ejemplo, la aviación se ha propuesto reducir las emisiones de CO2 de los vuelos mejorando la tecnología de los motores y utilizando biocombustibles como el bioqueroseno, queroseno sintético o hidrógeno para reducir en 2050 un 34% la contaminación que provocan los vuelos. Una reducción importante si tenemos en cuenta, por ejemplo en Barcelona, que las emisiones generadas por el aeropuerto representan un 20% del total de la ciudad y su área metropolitana.

Nos dicen también que un aeropuerto más grande, con mayor capacidad, atraerá un turismo no deseado y precarizará los empleos. ¿En serio? La precarización o no del mercado de trabajo no es una consecuencia del aeropuerto, sino de nuestra legislación y es ahí, en la reforma laboral, donde hay que establecer el marco, no en la ampliación de una pista. Que se genere empleo de calidad depende de nosotros, no de una pista. Por otra parte, ante esa afirmación de turismo no deseado, cabe preguntarse quién no lo desea porque el turismo está haciendo revivir a la ciudad. Ya sea el internacional o el nacional. Definir el modelo es competencia de las instituciones, desde el Ayuntamiento al Gobierno y la Generalitat. Mejorar el aeropuerto no modificará el turismo que llega y que sale, conviene no olvidarlo, sino que pone a Barcelona en el mapa. Otros como Colau prefieren que desaparezca. Es lo que tiene el negacionismo flygskam.