Mariano Medina fue el hombre del tiempo en los telediarios de Televisión Española entre 1956 y 1985, cuando finalmente se retiró. Nos anunció el tiempo previsto en blanco y negro y en color y me da que lo más complicado que nos dijo fue que existía una cosa llamada anticiclón de las Azores. Despachaba el asunto de la meteorología en un pispás. En su mapa de España apenas cabían cuatro soles y un nubarrón. Lloverá aquí, hará sol allá y que pasen ustedes un buen día.

Hoy, en cambio, los meteorólogos gustan de escucharse a sí mismos y se recrean largos minutos hablando de cosas como una ciclogénesis explosiva, un registro pluviométrico, una nube lenticular o un rayo globular, que sí, que están muy bien, pero lo de saber si mañana tengo que sacar el paraguas lo guardan para después de las fotografías cursis de los espectadores y al final tanto ruido para tan pocas nueces y yo sin saber si lloverá o no.

Todo esto viene porque no sé si saben que el Ayuntamiento de Barcelona declaró una alerta climática. Refrenda la alerta que a los pocos días se desató la intemerata. O los munícipes son gafes o iban avisados. Gloria, así bautizaron a la borrasca, puso en evidencia muchos desmanes urbanísticos, urbanizaciones que no habían considerado que, cuando llueve, el agua moja. Es fácil achacar muchos de los desastres ocasionados al cambio climático, porque es más fácil echarle la culpa al otro que reconocer que dejaste construir demasiado cerca de la costa, en una rambla o sin considerar que cada tantos años se nos echa encima una tormenta como Gloria.

¡Ojo! Que quede claro, clarísimo: lo del cambio climático es muy serio. La temperatura media de la atmósfera se está incrementando por un aumento de gases de efecto invernadero (principalmente, dióxido de carbono) procedentes del uso de combustibles fósiles y otras actividades humanas. Esto es incontestable. Podremos discutir algunos matices, medio punto más o menos en el incremento de las temperaturas en los próximos años o la bondad de tal o cual modelización meteorológica. Pero que hay que hacer algo y hacerlo ya no admite discusión. Punto. Eso sí, hay que hacerlo con la cabeza.

Por tanto, que el Ayuntamiento de Barcelona se apunte a hacer los deberes es una buena noticia. Si luego los hace, claro. De entrada, esa alerta provocó algunas reacciones. Aguijonada por la envidia, la Generalitat presentó su propio plan de lucha contra el cambio climático hace unos días, no fuera a quedarse atrás. En su línea habitual, dijo que las empresas que quisieran hacer algo (sabe Dios qué), que lo hicieran, que serían felicitadas por ello y las que no, pues no, se quedarían sin felicitación. Otro ejemplo más de su quehacer tan intenso y perspicaz.

Pero volvamos al Ayuntamiento de Barcelona. Fíjense qué de cosas podrían hacer. Se me ocurre lo que hicieron en Oslo hace ya muchos años. Cada coche lleva un chip que registra los kilómetros que recorre dentro de la ciudad. El impuesto de circulación es a tanto el kilómetro y así paga más quien circula (contamina) más. Ésta es la idea, que luego pueden refinar de muchas maneras, haciendo que paguen más uno u otro tipo de vehículos, por ejemplo. Lo dejo a discreción.

Aquí optamos por otro camino, con sus más y sus menos. Me llama la atención que una Montesa Impala (2,6 l/100 km) no pueda circular por Barcelona y en cambio pueda hacerlo un Porsche Cayenne (15,9 l/100 km en ciclo urbano) con un solo pasajero, porque... ¡¿porque la Montesa Impala contamina más que un Porsche Cayenne?! Pues eso.

Hace unos días, entrevistaron a un experto del automóvil hablando sobre cómo reducir las emisiones contaminantes de los coches. Como respuesta, señaló a la calle y dijo: «¿Ve usted todos esos SUV? El 40 % de los coches que se venden hoy en día son SUV. Pero los SUV consumen un 30 % más que una berlina equivalente. Prohíba los SUV y conseguirá en muy poco tiempo una reducción de las emisiones mucho mayor que implantando el automóvil eléctrico, un asunto que va para largo». Lo siento, si se han comprado un SUV.