Al empezar a escribir este artículo sobre el 8M, me he planteado en calidad de qué debía escribirlo. ¿En calidad de política? ¿de mujer? ¿de madre...? Pero la realidad es que todos estos papeles son indisolubles porque todos ellos representan quien soy.

Si he de ser honesta, no entiendo en qué se ha convertido el movimiento feminista de hoy en día, ni qué objetivos persigue.

Supuestamente el feminismo lucha por el noble propósito de la igualdad efectiva de derechos entre hombres y mujeres, pero no es eso lo que veo en algunas de las políticas que se quieren aplicar, ni en las proclamas que se gritan en las manifestaciones, ni en muchas de las declaraciones que surgen de determinados movimientos feministas.

Igualdad de derechos no equivale a igualdad de género. No somos iguales, no pensamos igual, ni sentimos igual. Hombres y mujeres tenemos características propias que nos permiten tener perspectivas y reacciones distintas ante situaciones iguales; y eso es un valor añadido si, efectivamente, ambos disponemos de los mismos derechos. No debemos convertir el feminismo en una guerra contra el hombre, sino en una lucha conjunta de hombres y mujeres, porque juntos somos más fuertes.

El feminismo no es un asunto de mujeres, es una lucha social de todos.

Me abrí camino en el mundo del deporte profesional, y después en el mundo de la política. Cuando fui madre, ocupaba el cargo de senadora y miembro de la Asamblea del Consejo de Europa, y tenía que trabajar a más de 600 km de donde dejaba a mi hija.

Jamás me he sentido amenazada por ser mujer, ni coartada por ser mujer, ni menos libre por ser mujer. La maternidad nunca ha sido una traba en mi vida, sino una bendición, y estoy tan empoderada como pueda estar cualquier hombre.

Sin duda queda muchísimo camino por recorrer en otras partes del mundo donde por desgracia los derechos de las mujeres son inexistentes, pero no en España; y si ideologizamos en exceso esta lucha con extremismos y mucha dosis de demagogia, desvirtuaremos un movimiento que tanto ha hecho no sólo por la mujer, sino para la sociedad en su conjunto.

Un claro ejemplo de ello es la reciente campaña del Ministerio de Igualdad en favor de la reforma del código penal para garantizar el consentimiento explícito. Hacer creer a la sociedad que la falta de consentimiento no está regulada en nuestro código penal es una irresponsabilidad, pero desgraciadamente el activismo se ha convertido en la nueva manera de gobernar.

La lucha contra la lacra de la violencia de género debe ser una prioridad de toda la sociedad puesto que es uno de los mayores horrores que puede vivir una mujer y sus hijos, y sin duda debemos seguir enfrentándonos a un cierto poso de machismo en nuestra sociedad, pero convertir “feminismo” en el antónimo de “machismo” no es el camino correcto. El machismo no se combate en las calles ni, sólo con leyes, se combate en las escuelas y en los hogares. Educación, educación y más educación por parte de maestros y sobre todo por parte de los padres. Nosotros somos el mayor ejemplo para nuestros hijos. Eduquemos desde la igualdad, eduquemos en el respeto, eduquemos con valores y tendremos una sociedad más justa.

Manifestarse semidesnudas o al grito de “mi cuerpo, yo decido” para justificar el libre aborto ¿nos hace mujeres más empoderadas o simplemente nos hace mujeres más egoístas? Y el “aquí estamos, nosotras no violamos” ¿persigue la igualdad de derechos o simplemente convierte al género masculino en criminales? ¿Realmente buscamos la equidad o simplemente pretendemos beneficios?

Miremos hacia atrás y veremos cuánto hemos avanzado, y asumamos los retos que tenemos por delante con objetividad, sensatez y responsabilidad. El activismo permite progresar políticamente. Es llamativo, te permite ocupar páginas y minutos en los medios de comunicación, da popularidad, pero la reflexión debe imponerse.

Este feminismo, a mi no me representa.

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Eva Parera es concejal en el Ayuntamiento de Barcelona y Secretaria General de Barcelona pel Canvi