Como persona dada a meterse donde no le llaman, Ada Colau nos hizo saber su disgusto ante el video en el que una larga lista de personas más o menos conocidas manifiesta su lealtad al rey Felipe VI con una cita de Antonio Gramsci, ilustrada, para más inri, con una foto de mi amigo Félix Ovejero, quien, por cierto, estoy convencido de que ha leído a Gramsci mucho más que nuestra alcaldesa, a la que imagino buscando el textito en la Antología de frases cuquis para progres: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. No busquemos asomo de autocrítica en la cita: los monstruos a los que se refiere Ada no son, sin ir más lejos, gente como Pablo Iglesias o ella misma, sino los que aparecen en el video de marras y que la alcaldesa debe considerar unos fachas. No se puede esperar otra cosa de alguien que confunde al almirante Cervera con un militar franquista a la hora de soplarle la calle para dársela a un cómico malasombra con unas seudo viudas pesadísimas.

En los buenos viejos tiempos del prusés, se puso de moda entre los lazis y algunos profesionales de la equidistancia sostener que el PP era una fábrica de independentistas, cuando el PP solo era una asamblea de corruptos e ineptos dirigida por un gallego de esos que, cuando te los cruzas por una escalera, no sabes si la suben o la bajan. Siguiendo esa peculiar lógica, también podríamos decir que Podemos y los comunes son sendas fábricas de monárquicos. Basta con imaginar una república presidida por Pabloide o por Ada -o por Sánchez, Casado, Abascal e tutti quanti- para experimentar sudores fríos y declamar aquello de Jesusito, Jesusito, que me quede como estoy. Si a Iglesias y a Colau ya les quedan grandes los cargos respectivos de vicepresidente del gobierno y alcaldesa de Barcelona, imaginémoslos elevados a las más altas instancias de la política nacional: Iglesias sería capaz de pujar por San Simeón, la mansión de William Randolph Hearst que inspiró el Xanadu del Ciudadano Kane de Orson Welles, y Colau extendería por toda España la agencia de colocación que ahora gestiona desde el ayuntamiento de Barcelona y el reparto de subvenciones a ONG controladas por amiguetes del partido (como la de Eloi Badía, esa lumbrera del ecologismo, que acaba de ser untada hace unos días). Yo mismo, que no soy especialmente monárquico (la monarquía es un anacronismo, de acuerdo, pero Podemos y los comunes también lo son), siento el impulso de dar vivas al rey cada vez que veo por la tele a mi alcaldesa y al vicepresidente del gobierno.

Aunque ya sé que el pobre Gramsci sirve para un barrido y para un fregado (Vázquez Montalbán siempre estaba dando la chapa con aquello del optimismo de la voluntad frente al pesimismo de la razón, argumento que tanto habría consolado a los habitantes de cualquier gulag), prefiero responder a Ada con una cita de Dostoievski (de la novela Los demonios) que los define muy bien a ella y los suyos:

“En épocas turbias, de incertidumbre y transición, aparecen siempre y por doquiera gentes de medio pelo. No hablo de los llamados “progresistas”, de los que siempre se dan más prisa que los demás (tal es su afán cardinal), cuyos propósitos, aunque a menudo descabellados, están más o menos definidos. No. Hablo solo de la canalla. En todo período de transición surge esa canalla de la que ninguna sociedad está libre, y surge no solo sin propósito alguno, sino sin ningún asomo de idea, solo para sembrar con ahínco la inquietud y la impaciencia. Y, sin embargo, esa canalla, sin advertirlo siquiera, cae siempre bajo el caudillaje de un puñado de “progresistas”, que ya sí obran con un propósito definido, y son los que llevan a ese hato de truhanes a donde les da la gana, si es que ese puñado de “progresistas” no es también un puñado de sandios, lo que, por otra parte, sucede más de una vez”.