La campaña electoral amenaza con avinagrarse. Sobre todo, en el mundo independentista. Elsa Artadi lo demostró en el debate de Betevé con sus andanadas contra Ernest Maragall al que cuestionó por unas declaraciones suyas sobre los presos, que la candidata de Puigdemont retorció hasta la saciedad hasta hacer parecer al candidato de ERC como un pusilánime socialista o, peor, como un alumno aventajado de Manuel Valls. Artadi quiere poner a Junts per Catalunya en el centro y lo está consiguiendo, pero no para bien. Jordi Graupera la atacó sin miramientos al inicio de campaña explicando su papel en los días de octubre de 2017. No la dejó bien parada a ojos del votante radical-derechista-independentista.

Les advierto que no serán los últimos choques. El independentismo quiere ganar la alcaldía de Barcelona, no para mejorar la ciudad, sino para utilizarla de mascarón de proa para la complejidad política que se avecina. Ada Colau les ha creado el caldo de cultivo y ahora se aprestan a recoger sus frutos. Ahora, la alcaldesa, intenta quitarse el “sanbenito” erigiéndose en la solución de los problemas. El problema, valga la redundancia, es que su credibilidad está por los suelos porque ella, y sólo ella, es la que ha creado una multitud de ellos. Refugiarse culpando a la Generalitat, que tampoco ha estado a la altura porque simplemente no tiene altura en nada, suena a excusa de mal pagador. Tan mal pagador como criticar la ley de alquileres del PSOE, cuando Podemos la votó. No había mayoría para ir más allá. Colau lo sabe pero se disfraza de zarina ofendida para maquillar sus limitaciones, y fracasos, en materia de vivienda.

Manuel Valls y Josep Bou se fajaron en el debate televisivo, pero no salieron del rincón. Dieron la sensación de que se dan por perdedores y no salieron de estar contra las cuerdas, mientras que Anna Saliente se limitó a repartir a diestro y siniestro para regar su jardín minoritario del que no quiere ni salir. Es mejor ir contra todo y contra todos, lanzando soflamas radicales que aportar soluciones con sentido. ¡Dónde va a parar! No hay color. Es la posición más cómoda.

Con este escenario, no es de extrañar que más de una mirada se dirija al candidato socialista. Jaume Collboni juega sus bazas porque se sabe necesario. Es difícil imaginar un gobierno de Maragall con Colau de segundona. Y es difícil un gobierno de Colau con un Maragall enviando a negociar a Elisenda Alamany. Las encuestas dan una reñida lucha en cabeza. Empate casi técnico entre ERC y Comunes, con los socialistas acechando de cerca. La victoria está en un puño, y Collboni explota esta posibilidad. El pinchazo del mitin de Colau en Nou Barris abre nuevos escenarios para el PSC en una ciudad que le dio la espalda hace ocho años y que ahora puede recibirlo con los brazos abiertos, porque una victoria socialista pondría el acento en la política municipal dejando de lado la pugna procesista y las veleidades izquierdosas de medio pelo que han colocado a Barcelona en un proceso febril del que tiene que recuperarse. Barcelona necesita un mirlo blanco, y Collboni quiere ese papel.