Hay combates desiguales que, sin embargo, conviene librar. Uno de ellos es el que se enfrenta a la pobreza, sin armas para poder cambiar las causas que la producen y mantienen. Se pueden mitigar, en cambio, algunas de sus consecuencias. El paro y los bajos sueldos pueden estar asociados a viviendas manifiestamente mejorables en barrios problemáticos y con un transporte público insuficiente. La falta de dinero para cubrir las necesidades más perentorias acostumbra a ser un elemento desestructurador de las familias, al tiempo que la tensión genera también agresividad de la que se resienten, sobre todo, los más débiles. Y, como a perro flaco todo son pulgas, puede darse también en estos hogares la presencia de personas con algún tipo de dependencia o directamente situaciones de soledad agudizadas por la enfermedad y la edad.

Los gobiernos, unos y otros, tienen grandes planes para solucionar estas angustias, pero apuntan a soluciones globales que, con frecuencia, ignoran los casos particulares más acuciantes. Esos que antes se dejaban a la caridad (casi monopolizada por las iglesias, con aportaciones de otros) y que cada vez más reclaman atención solidaria, es decir, de los poderes reales: las administraciones públicas. Con una ventaja: los gobiernos promueven la mejora de esta vida (la única realmente existente) mientras que los mensajes eclesiales iban asociados a la defensa de la paciencia frente a la explotación y el sufrimiento, fiando la recompensa a la otra vida. Cómo escribió Tirso de Molina: ¡Cuán largo de lo fiáis!

Un intento de resolver urgencias desatendidas por los grandes proyectos presupuestarios es lo que pretende el plan del Área Metropolitana de Barcelona. Dicho en sus propios términos: se pretende combatir la pobreza y las situaciones de vulnerabilidad extrema. No es mucho, porque es una administración de proximidad con ingresos acotados, pero ha decidido destinar 10 millones de euros a paliar problemas. Ramón Torra, gerente de la AMB, reconoce que es “paracetamol social”, pero quien sufre un agudo dolor sabe lo bien que sienta un lenitivo para el dolor. Ahí es nada reducir el malestar.

Son 20 proyectos distribuidos en apoyos a 14 municipios del Área Metropolitana y destinados a aminorar las consecuencias de las desigualdades que se sufren en determinados lugares. Desde la falta de integración, de la que se resiente la convivencia, en barrios como La Florida de l’Hospitalet, hasta la promoción de espacios donde socializar (y mejorar esa misma convivencia) en Sant Joan Despí o el apoyo a una mínima formación digital en muchos casos.

Las dificultades cotidianas, sobre todo cuando se convierten en crónicas, socavan la esperanza de futuro. Quizás por eso en el barrio de La Mina el absentismo escolar alcanza en determinados niveles de instrucción al 80% de la población. Hay escuelas públicas, hay un profesorado que batalla contra el entorno, pero es difícil convencer a un muchacho de que acuda a clase si no ve sentido a invertir en ello el tiempo de la única vida que tiene. Un programa así no es revolucionario, pero puede ser un mecanismo de integración individual y colectiva.

Cualquiera que haya leído los diarios estos días ha podido comprobar que hay aspectos de la vida social que aumentan a marchas forzadas. En primer lugar, los beneficios de la banca y las empresas energéticas. Y, al lado de esos incrementos de dividendos, aumentan también las desigualdades sociales, las personas sin techo, las situaciones de ancianos en soledad y desatención, el número de niños mal alimentados, las viviendas en las que se carece de calefacción adecuada, las mujeres sometidas, herederas de un historial de sometimiento que empezaba por negarles el derecho a la formación. Son problemas individuales a los que prestan atención, sobre todo, las administraciones de proximidad: los ayuntamientos, muchas veces sin recursos para proyectar soluciones más allá de la urgencia inmediata. La ayuda del Área Metropolitana les irá de perlas. Porque es atender a lo particular con vocación de corrección de futuro. En realidad, más que paracetamol social, es un intento de rehabilitación, de ayudar a la gente a que recupere la movilidad que le permita dirigirse algún día hacia donde le lleven sus deseos.

Se perderán algunas batallas. Pero peor sería no afrontarlas.