Como todo fenómeno de masas, el fútbol es incontrolable, capaz de desbordar cualquier previsión. Lo saben bien los políticos que programan sus manifestaciones, pero no pueden desprogramar las explosiones emocionales de los aficionados. Es lo que sucedió en 2010, cuando el título en el Mundial de fútbol sacó banderas españolas por todas las calles del país, también en las de Cataluña y Barcelona. Ese día, muchos ciudadanos tuvieron la oportunidad de sentirse españoles sin verse alienados, ni señalados. La pelota, como decía Maradona, es lo único que no se mancha.

La Roja es desde aquel día la metáfora de un enemigo imbatible para los nacionalistas, y por ello la temen. La decisión de la alcaldesa Colau de no instalar pantallas gigantes para seguir los encuentros de la selección en Rusia es una prueba. La seguridad es un argumento, cierto, y más después de los atentados yihadistas en Las Ramblas, pero también lo era en París, durante la pasada Eurocopa, y ello no impidió que cientos de miles de franceses siguieran los partidos de los bleu en el Campo de Marte. Ni las ciudades, ni la vida de sus ciudadanos puede detenerse. Esa no es la razón real.

La plataforma 'Barcelona con la Selección' deberá buscar un recinto cerrado, según las indicaciones del Ayuntamiento, que en 2010 sí permitió la instalación de una pantalla gigante para ver la final en la Avenida María Cristina. Entonces acudieron 75.000 personas. Si el equipo de Julen Lopetegui alcanzara la final de Moscú, el 15 de julio, sería una aberración que el consistorio persistiera en su negativa. Pero estamos acostumbrados a ver cómo la política se supera a sí misma, día a día, en el thriller catalán.

El apoyo a la selección no necesita plataformas. Es espontáneo e imparable, como quedó de manifiesto en 2010. En su creación, pues, subyace un interés político en el sentido contrario, por parte de las formaciones más españolistas, como el PP o Ciudatans. Mal asunto. La instrumentalización política de los acontecimientos deportivos es tan vieja como el propio deporte, porque nada reproduce tan fielmente el enfrentamiento tribal, identitario. Si Clausewitz decía que la política era la continuación de la guerra por otros medios, bien puede ser el deporte la continuación de la política por otros medios. Lo que provoca, sin embargo, es imparable para la propia política. Con o sin pantallas.